Me alineo con la vieja escuela de aficionados a la ópera en su costumbre de aplaudir a los intérpretes –por excelentes o prestigiosos que estos fueran– sólo cuando su actuación verdaderamente había gustado: Si, en un recital concreto, la mismísima Callas defraudaba a su público, no recibía aplauso alguno y, ni La Divina lo tomaba a mal, ni se le consideraba menos divina por ello. “Una mala tarde la tiene cualquiera”, que diría don Gregorio.
La hiperinformación de la que disponemos hoy, sin embargo, está propiciando la muy perniciosa actitud de aceptar únicamente como válidas intelectual y socialmente las posturas totalmente polarizadas. Por ello, ante un hecho sólo cabe amarlo y declararse fan de su artífice, u odiarlo y alistarse como archienemigo de su promotor. Las posturas intermedias, las que buscan matices y cuestionan, dudan o critican constructivamente, por ser menos taxativas y generar menos ruido son, desgraciadamente, cada vez menos consideradas.
De este modo, en las redes sociales se propicia que, cuando se opina sobre nuestra ciudad, las posiciones tiendan a polarizarse y radicalizarse. Pero no nos equivoquemos: no es más amante de nuestra Antequera aquél que se enfada ante la realidad, vertiendo opiniones desaforadas y radicales, por más que su ego se alimente, su ansiedad se desahogue y su postura sea más llamativa. Es más amante de lo suyo quien, mediante su opinión traza lazos, reconoce aciertos y errores, plantea dudas constructivas y, en definitiva, presenta una postura de ayudar y arrimar el hombro. Si realmente queremos apostar por la participación ciudadana como método de decisión, sólo puede llevarse a cabo mediante la voluntad de trazar puentes de unión y de concordia mediante discursos integradores y posiciones asertivas y negociadoras. Entreguémonos al dulce placer de disentir con el cercano para, de este modo, construir sólido.
