“El silencio es una fuente de gran poder”.
(Lao Tse)
Crepitaban las llamas desesperadamente. Se andaba a ciegas entre el humo. El plástico derretido de las plantas que ejercían de bóveda caían del techo como cascada descontrolada que inunda la vida. Humo asfixiante y desconcierto de huida hacia el lado oscuro. Silencio. Poder ausente. Callados agujeros confusos de las mazmorras del desconcierto.
Hay silencios más poderosos que toda la algarabía y cháchara vana o inservible o hueca. Cuando se domina el silencio frente a un muro levantado de palabrería llameante, se consigue una situación de total calma, dejando a ese creído muro, que no es ni siquiera una pared, desconcertado, atónito. Sorprendidos se quedan esos y esas abundantes vocablos ante el silencio. Si al silencio le añades una sonrisa entre burlesca y divertida, fijo que el muro –pared, se deshace como pompas de jabón. Pierde toda la fuerza que cree tener. No le ha servido de nada ese revestimiento de ardores llenos de monosílabos o palabras esdrújulas, que se agolpan en la garganta de esa pared sin argumentos, sin razón, sin valor real. Todo se convierte en un momento común y sencillo en el que sale achicharrado por dentro al menos, esa pared– muro sin convicciones gramaticales u ortográficas.
Silencio frente a exclamaciones desaforadas, dejándolo fuera de combate para el siguiente parroquiano. La conciencia de callar cuando no hay nada que decir o para no dar la réplica a una disparatada verborrea es prodigiosa, se adquiere con la práctica, como casi todo en esta vida. Todo se transforma en un momento educado, sin ruido. La calma llena el espacio y se aleja en línea recta con un toque de flexibilidad. Mientras los golpes a puño cerrado o la espada que quería herirnos con escandalosa confusión, cae al suelo convertido en ceniza. La niebla se dispersa, pero antes hubo lágrimas de impotencia. Ejercicio de ironía dramática en medio de una fogata mortal.