Cuando una sociedad se enfrenta a la adversidad, emerge lo más auténtico de sus valores. En las últimas semanas, España ha sido testigo de una vez más de este fenómeno. Las recientes DANAs que azotaron Valencia a finales de octubre y hoy, 13 de noviembre, a Málaga, han dejado un rastro de destrucción: calles convertidas en ríos, viviendas inundadas y miles de familias afectadas. Pero en medio de estos momentos oscuros, también ha surgido una luz clara: el pueblo salvando al pueblo.
Jóvenes, vecinos y voluntarios, sin esperar instrucciones ni reconocimientos, han respondido con solidaridad y esfuerzo. Los jóvenes han sido especialmente activos, demostrando una capacidad admirable para organizarse, ayudar y dar apoyo. Armados solo con voluntad, se han puesto al frente de las labores de rescate, distribución de alimentos y limpieza de las zonas afectadas. Su compromiso no ha sido producto de la casualidad, sino reflejo de una generación que valora la colaboración y el apoyo mutuo, entendiendo que, cuando todo se derrumba, nos queda el valor de cuidarnos unos a otros.
Ante estas acciones, la frase “el pueblo salva al pueblo” adquiere más relevancia que nunca. En un momento en el que muchas instituciones aún no logran responder a la velocidad y envergadura que requieren estos desastres, es la sociedad misma la que da un paso adelante. La solidaridad mostrada en Valencia y Málaga recuerda que, aunque nuestras infraestructuras puedan ser vulnerables, la verdadera fortaleza de un país reside en sus ciudadanos.
El estoicismo ofrece un marco filosófico invaluable en estos tiempos. Marco Aurelio, emperador y filósofo estoico, decía: “La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”. En el contexto actual, podemos ampliar este principio hacia nuestras acciones colectivas: el bienestar de una sociedad depende de la calidad de sus decisiones y de su capacidad para actuar en unidad. Pero este bienestar colectivo solo puede ser alcanzado si dejamos de lado los intereses y las divisiones.
Aquí es donde se requiere una reflexión crítica hacia nuestra clase política. Las escenas de jóvenes y vecinos hombro a hombro son una lección para quienes, en lugar de colaborar, eligen mantener enfrentamientos partidistas. La naturaleza no distingue colores políticos, y las inundaciones no entienden de ideologías. Esta realidad debería recordarles a nuestros dirigentes la urgencia de unir esfuerzos en lugar de dividir, de colaborar en lugar de competir, y de tomar decisiones con un único objetivo: proteger y servir a la población española.
En un país que sufre cada vez más los embates del cambio climático, la acción coordinada y solidaria es la única salida viable. Si el pueblo puede unirse para salvar al pueblo, nuestros políticos también pueden —y deben— hacerlo. Las crisis climáticas no pueden esperar a que pasen las discusiones en el Congreso; requieren de un compromiso claro y concreto, de medidas reales y efectivas, y de la voluntad de poner a las personas por encima de los intereses individuales.
El tiempo apremia y la ciudadanía ha dado el ejemplo. Ahora, corresponde a nuestros líderes estar a la altura, renunciando a las disputas y centrándose en el bienestar colectivo. Como han demostrado los jóvenes en Valencia y Málaga, la fortaleza de una nación no radica solo en su infraestructura, sino en la unidad y la solidaridad de su gente. Es tiempo de que los políticos españoles abracen esta lección y demuestren que también ellos pueden trabajar codo con codo por el bien común.