viernes 22 noviembre 2024
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El rostro quemado

De púrpura se viste la Capilla Sixtina. Fumatas negras, hasta que llegue la blanca, la del resultado positivo, la que abrirá las puertas del balcón aterciopelado. Que se mira alto, inalcanzable para los mortales, lejano, misterioso, arcano. Por momentos se convertirá en púrpura marcada por desiguales pensamientos, por rupturas eclesiásticas, por una economía sospechosa y por una mancha que se expande por la Iglesia: la pederastia. Difícil lo tiene el sucesor de Pedro. No serán sandalias las que vista el elegido, calzará zapatos de piel roja hechos, diseñados, exclusivamente para sus pies.

¡Ah, cuánto sufrimiento le costó a Miguel Ángel pintar la Sixtina! Sudores de sangre, y peleas desiguales con el pontífice de aquel Renacimiento glorioso Julio II.

Miguel Ángel dejó plasmado en aquella bóveda el poder de lo divino, el sufrimiento de lo humano.

Él sólo quería tallar la vida en mármol, el latir de las miradas, la sangre de las venas. Moisés, el David…

Cuando vi por vez primera La Piedad de Miguel Ángel, comprendí que un poder sin igual habitaba su corazón cuando manejaba el cincel y un don extraordinario guiaba su mente de artista inmortal.

Fumata blanca vi yo en Plaza de San Pedro. «Habemus Papam». Y emergió la gran figura de Juan Pablo. Momento único en una vida, nada de noticias embarulladas en diferido, no, yo lo palpé, mi corazón lo vio en directo.

«Habemus Papam» dijo el francés Jean–Louis Tauran, con la ya fumata blanca. La Iglesia tiene un nuevo pastor con tareas difíciles de solventar. Rostros quemados que sanar, evangelios que leer. Seguir a Cristo no es fácil y predicar con el ejemplo menos.

«Habemus Papam» y se abrieron las puertas de una nueva era.

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