Cuando vamos al médico, a nuestro médico de cabecera, y le consultamos solución para esa dolencia que no nos deja continuar con nuestra actividad diaria, normalmente, el galeno nos suele recetar algún medicamento que nos alivie el dolor o la molestia y, casi seguro, acompañando al tratamiento, una serie de recomendaciones tendentes a establecer hábitos de vida saludable que nos ayuden a recuperar nuestro buen estado de salud y aporten bienestar a nuestro organismo con el fin de que las hipotéticas enfermedades futuras, aparezcan lo más tarde posible en el tiempo.
En las siguientes visitas a la consulta, caso de persistir la carencia de buena salud, solemos insistir en la petición de tratamientos medicamentosos más fuertes e incluso exigimos pruebas complementarias, algunas más perjudiciales que otras para nuestra organismo, persiguiendo que la ciencia nos cure nuestras dolencias, cueste lo que cueste.
Rara vez pensamos que lo más sano, y lo mejor, no sólo ya para nuestra salud particular, sino para la colectiva, la salud de la comunidad y la de la sociedad en general, es el insistir en adquirir esos hábitos de vida saludable, esas pautas de conducta que nuestro cuerpo agradece sobremanera, apenas las repitamos periódicamente, incluso antes de hacerlas hábito.
Créanme que esto que acabo de escribir, es la mejor solución y la más barata para continuar soportando nuestra filosofía de sistema sanitario público, gratuito y universal, y que si no apostamos por esto, desgraciada y lamentablemente, seguirá deteriorándose, al igual que nuestros cuerpos. ¡Gracias, siempre!