Volvieron las clases, pero ¿a qué precio? Quien es padre y ha recibido las nuevas directrices de los positivos en las aulas, habrá visto el mundo en el que nos hemos convertido. Cuando no se quiere ser claro, no reconocer la culpa, lo fácil es ser difuso y no ser directo. Se ha demostrado que las clases son los lugares más seguros para los estudiantes. Sin tener ninguna investigación científica, quienes estamos en el entorno de un colegio, hemos comprobado lo ágiles que son, pese a no tener más medios que los que tenían.
Al conocer de un positivo o contacto directo, actúan de inmediato y buscan cómo seguir el día a día de las clases, sin tener que padecerlo el resto de compañeros. No se quejan, no protestan públicamente, lo harán internamente, pero son resolutivos. Se reúnen, comunican a las familias y actúan. Si tienen que cambiar horarios, clases o profesores, lo hacen, aunque sean por precaución, un día de baja o una semana. Tienen claro lo que son: maestros y nada más, pero nada menos.
Llevar a los pequeños al “cole” estos días es notar la ausencia de padres y de niños en las filas y en las aulas. Y entre el ir y el venir, la conversación del: “Hemos dado ya negativo”, “Ha sido el padre el que empezó y luego nos contagiamos todos”, “Nada más enterarnos, no sale de su habitación y los demás sin síntomas”, “Nos nos cogían en Salud Responde y actuamos como creíamos”… Son muchas de las frases escuchadas.
Mientras, falta el apoyo institucional de acudir a los centros con inversiones reales: mejorando los edificios, sus infraestructuras, sus medios y el profesorado. Se parchea una y otra vez y un día de estos estallará. Se actúa de dos a dos años o de elecciones a elecciones, pero no se hace pensando con cabeza y a media y larga distancia. Se hace para salir del paso.
Si nos ponemos en plan local, se sigue sin estructurar la sobra de edificios de los primeros años y la falta de los mayores. El ratio ideal, las necesidades por la demanda. Y, sobre todo, el Reina Sofía, su filosofía, la atención a las discapacidades. Al igual que cuando te inscribes empiezas a ser una máquina de impuestos; lo mismo tendría que ser en derechos. No se debe rogar por una plaza para niños con necesidades especiales, como para personas con demencia. ¡No se pueden tardar de dos a cuatro años el reconocimiento de una minusvalía!
En fin, las clases, los profesores, los médicos, ¡los bomberos!… todas las profesiones son necesarias. Pero ante una sociedad que cada vez carece más de valores, habrá que tener esperanza en esa otra vacuna que es la educación. Al igual que con la Salud, la Educación no se tendría que cuestionar. Tendría que ser algo prioritario, indiscutiblemente.
Mientras tanto, mientras que divagamos en lo que pasa en el exterior, habrá una dirección, un consejo de profesores, que estarán buscando cómo solucionar el problema del nuevo positivo. 2022, un año en el que ya no hablan de apoyo a los docentes, porque no da la sensación que se les han dejado solos, sin mascarilla, sin vacuna y sin medios para superar esta pandemia.