El destino y la suerte me pusieron en el camino de ADIPA, y sí, digo la suerte, porque pertenecer a ADIPA es una suerte y un privilegio del que tengo la fortuna de disfrutar. Mi aterrizaje fue puramente contable: asientos, balances, amortizaciones y cierre económico. Todo ello en mitad de una pandemia que cambió el devenir del centro durante largos meses. Recuerdo que las instalaciones del centro estaban frías, silenciosas, y cada día mis nuevos compañeros me decían que eso no era real, eso no era ADIPA. El centro no tenía sus risas, sus actividades, su cariño… En definitiva, el “alma” de la asociación, sus usuarios, no estaban.
Mi misión en la entidad no es otra, nada más ni nada menos, que velar por una correcta actividad financiera, en su más amplia definición. Pero ADIPA, no es una empresa, es mucho más que eso. ADIPA es una familia, y como en todas las familias hay que administrar las cuentas y cuidar de todos y cada uno de sus miembros. Además, esta administración va dirigida a personas maravillosas, personas que a los minutos de verme, ya sabían mi nombre, me saludan cada día como su mejor amigo y no hay día que pase que te pregunten… ¿has comido? Hoy vamos de paseo, ¿te vienes? Personas encantadoras que te dan todo a cambio de nada. Ellas son las que le dan valor a esos números, todos ellos personifican y humanizan esa contabilidad.
Por todos es conocido los grandes e ilusionantes proyectos que tenemos entre manos, y otros que ya están rondándonos, pero desde aquí quiero aprovechar estas líneas para transmitir toda la tranquilidad y serenidad a las familias, asegurando, que se seguirá apostando por los principios económicos que la dan sentido a la entidad, establecidos por mi antecesor y con propósitos de mejora y evolución en todo lo posible, siempre, sin perder nuestra visión, que no es otra que la búsqueda continua del bienestar, adaptado a la realidad de nuestros usuarios y familias, garantizando así el crecimiento continuo por el bien de todos, de esta gran familia.