Hay una especie en vía de extinción que trata de antequeranos que aman a su tierra, pero que su tierra no los hace profetas como ellos se merecen.
Siempre me llamó la atención el entierro de José María Fernández, al que ni cinco personas le acompañaron al Cementerio, pese a todo el legado que regaló a su tierra.
Luego pasó algo parecido, con el centenario José Antonio Muñoz Rojas, rodeado en los últimos años de su vida, más por políticos que por literatos. Y aunque se esperaban imágenes como en los entierros de Romero Robledo o García Berdoy, nos recordó al esbozo que él hizo de Fernández, aunque con mucha más gente en el sepelio.
Y, ante la repentina muerte de Eloy García Pérez, nos viene la reflexión de la poca personalidad que tenemos, que muchas veces es dirigida por una o varios grupos de presión, que son quienes imponen los criterios.
Eloy no sería un Miguel Ángel, que genios como él pocos han existido. Pero era antequerano, de la vieja escuela, de ésa que daba todo lo que podían ofrecer sus manos y su arte.
Recuerdo lo que se desvivió por la Coronación Canónica del Socorro, o cuando se le avisó a aportar su creación taurina a la ciudad, o cuando se fue en busca suya por el 2010.
Pero… esta vida, o cuentas con la bendición de alguien sobrevalorado, o te destierran, y algo así le pudo pasar al bueno de Eloy. Pero como el pueblo es sabio y no todos son borregos, hay quienes sí le reconocían su trabajo y valía.
Y como le pasara a Fernández, no pasa nada si no fueron a tu entierro, todos a los que retratastes en tus cuadros, porque estuviste rodeado de los amigos de verdad.
Antequera se despide de uno de sus hijos ilustres por el buen corazón que tuvo, que descansa ya en su tierra, la que le vio nacer. Tus obras te hacen inmortal y eso nadie te lo podrá quitar.
