Pocas palabras hay, que superen en contenido afectivo a ésta que les traigo hoy a modo de titular. Su contenido es tan extenso, que se podría asegurar, sin miedo a equívoco, que su puesta en práctica evitaría entre los humanos, inclusive las enquistadas guerras. La empatía la podemos usar en cualquier ámbito de la vida. En lo particular, familiar, entorno social… El uso de la empatía, puede evitar incluso, que el propio monarca de un país, tenga la más mínima tentación de abusar de sus vasallos. Tampoco entraría, ocurriría o habría lugar al disparo de un arma, para matar a ningún animal, por fiero y salvaje que fuere su entorno.
En la sociedad actual hay tan poca empatía, que incluso los discursos de los poderosos, de los gerifaltes, oligarcas y grandes magnates, obran o rezan en la más absoluta y contraria forma de pensamiento. Cuanto más poseen, más ansían tener, aún a costa de aumentar la pobreza de sus semejantes. Sin darse cuenta que, en no teniendo nada, o muy poco, el consumidor, el trabajador, el asalariado o ciudadano de a pie que configura casi el 90 por ciento de la población mundial, éste, no podrá consumir y la economía morirá, como un gran elefante abatido por certero disparo.
Oigo hablar muy a menudo de las crisis en las parejas, en los matrimonios. Se nos vendió el mito de que había que encontrar a esa persona con la que compartir vida a través del enamoramiento, de buscar las cosas que nos igualaban en gustos, de vivir el amor. Pero nadie nos explicó que el amor no llega, colgado, en el pico de ningún ave. Tampoco está en conseguir encontrar, la unidad de criterios, en el tratar de hacer las mismas cosas, tener los mismos gustos y vivir… lo más unidos posibles. El amor llega, a través de la empatía. Del respeto al como, la forma, los deseos y las maneras de ser, de la persona con la que hemos elegido compartir la vida, las experiencias… nuestros gustos, nuestras actividades.
La empatía en una pareja, es, comprender el porque la otra persona piensa diferente que yo mismo, sin descartar, cercenar, ni callar mis propios deseos, mis propias aspiraciones. Todo ello es posible, desde el silencio y la escucha, desde el disfrute con la satisfacción y el regocijo que nos proporciona el saber, el ver, a la otra persona feliz.
Días atrás una persona me pedía efectuar una caminata por los adentros del Torcal, pero me decía si podría ser, trayéndose a su perro. Claro le respondía. Yo no tengo perro ni animales de compañía, por principios propios. Pero ya ven, que más da, al fin y al cabo ésta persona sería muy feliz paseando junto a su perro, de ello no había duda.
En la vida crecemos, ampliamos nuestros horizontes, nuestras capacidades, cuando sumamos conocimiento a nuestra manera de ver y entender las cosas. Esto que, explicado así, puede hasta parecer como algo, de perogrullo. No es tan simple, no siempre tenemos la paciencia y la capacidad, de callar, de esperar a que otros expresen sus propias ideas, de respetar su tiempo. Todo ello porque pensamos, que lo que nosotros conocemos, es distinto, es mejor. Y el material, las entendederas con las que nosotros razonamos y, de las cuales sacamos nuestros principios, nunca se verán ampliadas, si no abrimos nuestra conciencia a otras formas distintas de motivaciones e ideas, para de esta forma, poder mejorar nuestra convivencia.
Los seres humanos nos necesitamos todos, con nuestras diferencias, con todas las distintas escalas y posiciones sociales, que la sociedad hoy necesita. Nadie es más importante que nadie. Si partimos de ésta premisa, el respeto y la convivencia, serán más fáciles de alcanzar. Todo ello es posible sin dejar de defender nuestras propias ideas, siendo asertivos y a la vez empáticos.