El tiempo, dicen, pone a cada uno en su sitio. Dicen del tiempo, que quita y da razones. Se suele decir, tiempo al tiempo, cuando lo que está por ocurrir se da por seguro. El tiempo, esa palabra que nos hace ir más deprisa de lo deseable y que se ideó con el fin de medir lo que tarda en transcurrir lo que ocurre delante de nuestros ojos, mientras se nos va la vida. Ese concepto, imprescindible hoy en día, y que nos lleva dando lecciones desde el inicio de los mismos tiempos. Ese tiempo nos avisa, una vez más, y nos pone por delante, lo que deberíamos hacer llegados a este punto del siglo XXI, con una pandemia en lo alto.
Ese mismo tiempo que le quita la razón a un político que dice una cosa una mañana y hace lo contrario la tarde del mismo día. Ese mismo tiempo que carga de argumentos a un científico que augura un comportamiento concreto acerca de una estudiada cepa de virus… y que, desgraciadamente, ha perdido el intrínseco valor que tiene su poder de convicción, porque estamos permitiendo que la deriva de los tiempos nos narcotice.
Nos estamos endeudando considerablemente con el tiempo, al no ver con claridad lo que nos quiere decir con su paso. Dicen que vivimos tiempos convulsos, cuando la convulsión de los tiempos suele definirse por las actitudes de los seres humanos.
Seres humanos con la suficiente inteligencia como para detener las convulsiones a tiempo. Salvo catástrofes naturales, los tiempos convulsos, casi siempre se pueden atajar a tiempo. Nos estamos endeudando con el tiempo, más de lo debido. Cuidémonos, porque el tiempo nos pasará factura. ¡Gracias, siempre!