Aún resuenan hasta en los más fríos y helados rincones de Antequera, en un enero “seco y heladero”, los ecos de las campanas y la deglución de las simbólicas, doce uvas. Sin ninguna duda, son actos, acciones que nos unen, borran diferencias y criterios casi en su totalidad, propiciando que la gran mayoría de la sociedad, haga un alto en sus quehaceres mundanos y se apresten a ingerir la emblemática fruta.
La capacidad de las propias campanas para unir a las gentes fue el inicio de unas formas en la organización del tiempo, en el reforzamiento del grupo llamado a la unidad. Tañían sus badajos para anunciar y evitar en la medida de lo posible, catástrofes naturales, sonaban en modos distintos, para anunciar tormentas y otros temporales, llamaban a la alegría y celebración por nacimientos de personas, al recogimiento por el fallecimiento de otras… con un especial sonido quedan hoy campanarios con armonías de campanas como el de Moclín en Granada o el volumen en la Catedral de Toledo.
Mas hoy, la mensajería, la comunicación, los avisos que duda cabe, están en las redes, en Internet. A través de WhatsApp, me llegaba la información-invitación para tomar unas uvas en otro horario, de una manera más lúdica si cabe. Para ello habíamos de subir en bici al Torcal. Para una vez allí todo el grupo de personas invitados, siendo las doce (mediodía) del domingo 29, del pasado diciembre, tomarnos entre risas y aplausos por la conclusión de un nuevo año de pedaleo, las doce uvas o trozos de cualquier otro alimento, en el agradecimiento por seguir en la capacidad de superar las pendientes y desniveles, hasta entrar con fuerza en el nuevo año.
Esto es algo que surgió de una manera espontánea, sin mediar club deportivo ni asociación concreta, de tal manera que, es curioso ver como ciclistas de uno como de otros clubes, coinciden en un sólo objetivo común, el ya descrito, en una misma actividad, que de haber sido convocada por un determinado club Deportivo, seguramente no habría tenido tanto éxito como está teniendo ésta iniciativa.
Ya lo conocía de años anteriores, por tanto este año hice hueco en mi tiempo libre y decidía subir con los demás compañeros de pedaleo. Pero he aquí que la climatología no quiso acompañar, o más bien diría, quiso sumarse también adquiriendo su propio protagonismo. El fuerte viento de levante, junto con las bajas temperaturas con que nos amaneció ese domingo, propiciaron, el que muchos ciclistas de todo género, desistieran en su empeño, otros, mas obstinados si cabe en su afán por superar todas las dificultades, terminamos subiendo hasta el centro de visitantes del Torcal. El frío, tampoco el viento, impidieron que nos tomásemos nuestro simbólico alimento. El hecho una vez más fue constatado. Olvidadas todas las actividades propias y particulares de cada Club, aparcadas todas las singularidades y colores identificativos de las diferentes células ciclistas antequeranas y del entorno, configurando un solo núcleo, al abrigo y calor del conjunto de personas, unidas por un bien común, realizamos nuestra actividad, dejando constancia con la correspondiente imagen que hoy aquí, yo les quería dejar.
El ser humano desde su célula más pequeña, necesita de la unión de otra célula para crear la propia vida. Es, en la conjunción de las células, donde está el éxito de la propia existencia. Lo que propició el triunfo de Homo Sapiens, según todos los expertos, fue, la unión de elementos y criterios en formaciones de individuos y grupos, sumando a ello, la comunicación verbal. La cual hoy, gracias a los avances tecnológicos, la hemos extendido hasta límites insospechados. ¡Hagamos un buen uso de ello!