Con el permiso del director de esta casa, en este rincón de la Claqueta, podría comentarles mi impresión sobre los Oscars, el derechazo de Will Smith o algún clásico que rememorar. Pero hace unos días, el director de este semanario, me envió de forma privada una fotografía que avivó recuerdos bonitos y añorados de un fragmento de mi vida. Miren ustedes, siempre he dicho que la vida es una película. Somos guionistas de nuestros actos e intérpretes y directores de los mismos. Me van a permitir que en estas fechas próximas a nuestra Semana Mayor, comente algo sobre mi película. La de mi vida.
Una película fundamentada en la vida personal y profesional, cimentada sobre enseñanzas barnizadas en valores de una familia católica. Siempre por estas fechas, se produce en mí, una especie de catarsis recurriendo a fotografías de familia, videos familiares y textos archivados, que me evocan tiempos pasados, vividos en familia. Una familia que vivía con entrega, pasión y devoción, la Semana Santa de Antequera. Hoy en día, las circunstancias particulares, profesionales, familiares,… nos hacen vivir algo distanciados las celebraciones en vivo.
Por ello, aquella foto enviada la tarde de un domingo, fue como un tráiler cinematográfico adelantando acontecimientos. Podría hacerles una exégesis sobre los sentimientos desprendidos de esa imagen. Nos llevaría varios “Soles de Antequera”. Muy pronto, algunos de ustedes, como yo, nos dejaremos llevar por las programaciones televisivas, y disfrutaremos del tradicional clásico de cine religioso programado, en tardes con sabor a pestiños, roscos o torrijas, junto al café o infusión humeante. En mi caso, existirá ese momento en el que cerrando los ojos, mi memoria me hará de nuevo escuchar las campanas de las seis de la tarde de un Domingo de Ramos en San Agustín; el olor de incienso a Lunes Santo; sentir encogerse el corazón con el Mayor Dolor; mientras cogido de la mano de mi madre y hermano, me alzo de puntillas entre el gentío, logrando ver en la lejanía a mi padre correr una “Vega antequerana”. Después un silencio.
El silencio de los sagrarios, el de la madrugada del Viernes Santo, roto por el toque de campana. Su tañer suena por los que sembraron esa fe en nosotros. Suena por los que están, para que transmitan nuestra fe y tradiciones, y perdure. Suena por una humanidad más humana, en este agitado presente. Suena por el hombre, por todos nosotros, para que no nos dejes caer en la tentación y nos libres del mal.