He terminado de escribir las palabras que leeré en la boda de María. Le he dado vueltas y más vueltas porque en pocos minutos no se pueden comprimir tantas vivencias.
El caso es que cuando lo he leído encerrada en mi habitación por si pasaba por allí mi hija y envuelta en la música que van a tocar en la ceremonia, no he pasado de la segunda línea. Las lágrimas de emoción corrían por mi cara como cascada serena. “Así no puedo, voy mal”.
Lo intento una y otra vez con el mismo resultado. Quito la música que se las trae, y lo leo bajito, parece que funciona. Mañana probaré de nuevo cuando esté sola en casa. Quiero modular mi voz, enfatizar lo que haga falta y estar serena y feliz.
Suena el móvil en medio de estos sentimientos, no reconozco el número, pero en estos días cojo todas las llamadas y las voy identificando. La maquilladora al habla, que nos hará la prueba el mismo día pero una hora más tarde.
¡Oh! Cuántas cosas sencillas pero diferentes en mi vida!
Retorno a los álbumes de fotos de cuando mi hija era pequeña. No necesito mirarlos para sabérmelos, este vestido que le hice, con la rebequita azul, lazos en el pelo…
En el pelo llevará María algo muy especial. Era de su abuela, de mi madre, de Isabela. Desde pequeña soñaba con ello. Secreto bien guardado y sentido de lealtad en el silencio.
En medio de estos preparativos queridos y felices, veo el barrio de Norrebro uno de los más populares y populosos de Copenhague por lo que tuve la suerte de pasear este verano. Lleno de vida cuando lo recorrí y plagado de discordancias fundamentalistas en estos día de muertes.
Apago la luz y sueño con un mundo normal, plural y diferente.
Sueño y sonrío. La fecha se acerca.