martes 19 agosto 2025
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En un lugar de la red

Cuando despertó de la siesta, Cosme aún conservaba en su paladar todos los lugares con los que había soñado. La gran muralla china, las pirámides, los fiordos noruegos…

 Se desperezó y salió corriendo hacia la cochera, allí guardaba todos los recuerdos viajeros que le acompañarían hasta el final de su vida.  La cubeta de plástico, con todo los souvenir estaba en la última estantería, la más alta. Teniendo niños pequeños, ya se sabe, nada está seguro. Apartó unos botes de pintura y tres botellas de aguarrás. 

 ¡Allí detrás no estaba su caja! Ni rastro. Nada. Pasó la mano por la estantería. Ni sombra de aquellos abanicos japoneses, ni del sombrero mejicano, colorista como tragos de tequila.  
Cogió el móvil. Buscó el número de su amigo Fernando. Tono de llamada. Buzón de voz. Probó con Eduardo. Desconectado. Ellos habían estado con él en todos aquellos países.
– ¡Manuela! –llamó a su mujer. 

Se abrió la puerta del garaje.

– ¿Qué pasa? –preguntó Manuela susurrando–. Los mellizos están dormidos. 
– ¿Dónde has puesto mi cubeta con los recuerdos de mis periplos?

– ¿Otra vez con eso Cosme? Anda bájate de la escalera– le dijo Manuela entre risas–. ¡Ay tonto! Cada vez que hablamos de viajes exóticos y miramos por internet alguna oferta, tu sueñas que has estado hasta en la Patagonia y lo más lejos que hemos llegado es a Madrid, cuando tus oposiciones, ¿recuerdas? Eres como un niño. 

Manuela lo besó con todo el cariño del mundo, mientras él descendía de las nubes.
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