Con arrugas prestas a aflorar en caso de necesidad ¿qué más se le puede pedir a un enero que vuelve por sus fueros? Constatamos que enero no quiere hacer declaraciones, pero se ve abocado a ellas y por fin nos concede unos minutos de ese tiempo que según él es efímero, pues sólo le son concedidos treinta y un días.
¿Qué queréis que os cuente? –nos contesta a modo de pregunta encogiéndose de hombros como un mes cualquiera–. Su voz suena ronca, como si aún poseyera los restos de un resfriado de otro año.
Soy un mes, sólo eso, y se dice de mí que siempre voy cuesta arriba, que lucho contra las resacas navideñas sean sentimentales o gastronómicas. Un mes que lidia con los precios de las rebajas que casa vez son más difíciles de superar, pues cuando no es el viernes negro es el agosto azul o el otoño rojo o de oro una semana, mire usted.
Sí, ya sé, que soy un mes con un toque de comienzo, de novedad, pero que quieren que les diga, soy viejo muy viejo. Me refería a que, ¿quién no ha oído en este mes que bajará el poder adquisitivo de los asalariados? Esto llevo repitiéndolo año tras año.
Y nos reta. Si no me creen –menciona– consulten hemeroteca.
Realmente yo como enero tengo la exclusiva de acoger la lista de propósitos de año nuevo. Y eso no es malo, pero por experiencia sé que no se cumplen, nos dice sin dejarnos repreguntar. Para colmo añade –el 30 tengo que aceptar la responsabilidad de celebrar el día mundial de la no violencia y la Paz–.
Ante nuestra cara de póquer, este mes de enero exclama, mirando la Tablet, ¡buenas están las cosas, empezando por las carreteras nevadas sin orden ni concierto por parte de las autoridades. ¡Cómo para alegrarse de ser enero!