De vez en cuando, me alejo por otros caminos de mi existencia, es como si
Del dolor de los ríos encerrados
estuviera reponiéndome de una gripe que entra con mala uva.
Del río de mí mismo, sin el cual nada sería
Días de reposo, de serenidad obligada, de poner tierra de por medio,
De aquello que me he propuesto hacer ilustre
sólo que yo pongo el mar.
Aunque tuviese que quedarme solo entre los hombres,
Fuera de ruidos cotidianos escuchados y repetitivos, lejos de la
de mi propia voz resonante
ansiedad o del caos del mundo de la pequeña pantalla que ahora se vuelve
Oigo el sonido que amo: el sonido de la voz humana.
plano, caótico, machacón y negativo.
Sonidos de la ciudad, de dentro y de fuera, de día y de noche,
El silencio de la arena me sana, el susurro de las olas cicatrizan las heridas.
Palabrerío de niños que se dirigen a quien los ama, risotadas
Recuperar el ritmo de existir yo, yo misma en mí, no en la vida, en los ajuares
De los trabajadores mientras comen,
de los otros, en sus odios o su desprecio por el ser humano.
Voces airadas de los que pone término a su amistad, débiles
Es cuestión de hallar la zona, el pretexto de evadirse, para volver luego
Expresiones de los enfermos…
desde un verano azul a un otoño rojizo. Colores de la tierra, colores y aromas
Escucho la voz del tenor amplia y fresca como la creación, me llena
de siempre que por estar húmedos, saben a lágrimas íntimas, a islotes vírgenes.
Por fin me incorporo de nuevo para sentir el enigma de los enigmas
Existir desde la cordura de la vida con calma reposada y libre.
Y lo que llamamos La Existencia.
Volver, sin tener que fruncir el ceño, sin tener marchitas las ideas, para seguir existiendo sin que el desencanto se apodere de las palabras o los sentimientos que trazan versos libres.
(*) En cursiva, los versos de Whitman «Canto de mí mismo».