El bolso masculino es un complemento más del vestir del hombre de hoy. Admitido ya por su comodidad en el uso, por una gran mayoría de personas. En muchas ocasiones habíamos recurrido al bolso de nuestras compañeras, para aquello de: guárdame la funda de las gafas de sol, o… deja que ponga ahí las gafas de la presbicia, sí esto ya para los que entramos en esa edad en que los brazos se nos quedan cortos para leer la añada del vino que vamos a consumir.
Pero ya está bien, estamos en tiempos de igualdad de géneros, porque no hacer uso de las comodidades a las que Ellas tienen acceso. ¡No! de zapatos con tacón no hablo, eso podrá quedarles muy bien, bueno sí… las hace muy elegantes y bellas en su lucir para deleite de nuestras, premiadas con su figura, miradas… pero cómodos, cómodos, no han de ser. Por tanto, seamos autosuficientes, utilicemos nuestro propio bolso, sin pudor. No por ello va a empeorar la alopecia, ni el color del pelo, ni tan siquiera mejorará las distancias al leer las etiquetas. En cambio si podremos tener a mano, la solución para poder decidir correctamente el menú a elegir, aunque éste nos llegue en caracteres no aptos para las personas que ya dejamos atrás las Asociaciones de Padres, hablo de las gafas “de leer”. Además tendremos sitio para llevar las llaves y no romper los bolsillos del pantalón de turno, la cartera, monedero, teléfono móvil, algo de agua, bolígrafo y cuantas cosas personales se decidan llevar.
Nos aconsejan que el bolso puede ser de muchas formas, pero que habremos de encontrar aquel que más se adecue a nuestro estilo, teniendo en cuenta la estatura y dimensiones corporales… ¡más aún!, el color del mismo no solo ha de ir acorde con el vestuario elegido, sino que deberá armonizar directamente con la tipología de piel.
Para la bici Fernando. Veamos lo que yo he buscado después de varios intentos de compra del bolso adecuado. Que sea cómodo en el transporte. Pero, hasta en tres ocasiones el modelo a elegir lo he tenido que ir subiendo de tamaño, todos al poco de su uso, se me quedaban pequeños. El último que lo estrenaba el viernes, trece… se le soltó la costura de sujeción del asa para colgárnoslo. Bueno sí, llevaba algunas cosillas que por fin había conseguido ubicar adecuadamente para poder encontrarlas con la rapidez que el uso de ellas nos requiere. Muy acorde, bonito y funcional, pero hube de terminar llevándole en brazos, cual si de un bebe se tratase. Fin de semana cuajado de actividades fuera de casa, sin tiempo para ir a cambiarlo, ni por ello tirarlo y comprar uno nuevo. Además el sábado se complicaba el uso del tiempo, ¡puñeteros móviles! Yo estaba completamente seguro de haber “cargado” con el cargador de la batería… pronto llegó la decepción.
Batería baja, indicador en rojo, no aparece el cargador, horror hay que llamar a casa ¡y no queda batería! Siempre me tuve por una persona ordenada. En un bolso, o maleta de viaje, con ropa para varios días y buscar hasta la saciedad, el trascendental cable de carga de batería del móvil, cuando además, se tiene el tiempo justo para asistir a talleres y demás acordadas actividades, puff y más. Preguntar en recepción, dejar el móvil cargando mientras se desayuna, enchufarlo a la batería del coche mientras se conduce diez minutos, no hay más tiempo…
¡No se protesta! ¡Aguanta! Ya aparecerá…, le dices a la mujer que a tu lado se ríe con las propias tribulaciones. Lo habré dejado en casa. Llegar a casa el domingo a la tarde, dedicar una hora a la búsqueda del cablecito. (No te canses y “pedalea” con paciencia Fernando). Pero el cable no aparece. Trigésimo quinto registro al bolso recién estrenado, por si acaso. Ya, completamente vacío para llevar a reparar el descosido, a la palpación detecto algo en su interior, un doble bolsillo con cremallera casi invisible debajo de la cremallera de abertura del mismo. Sí, allí lo había guardado el cargador. Dos días llevándole en brazos pegadito a mí, aguantando todo lo merecido que me llegó de… de… la mujer. Calla Fernando.