Stephen King es uno de ellos, en la ficción claro. Un cuento suyo pulula estos días por las pantallas. Es esa pequeña semilla que él cree indispensable para expandir y crear luego una gran historia. Un Adrien Brody, el pianista reconvertido en padre de familia, que sube y baja escaleras de sótanos lúgubres entre la macilenta luz de los quinqués que arropan al terror gótico de la locura. Historias que parecen no terminar porque siempre hay alguien esperando tras una pared o algún ruido que descubrir o desentrañar en las profundidades de la tierra, en el fondo de los armarios o en un lateral de los jardines abandonados por el tiempo.
El cambio climático también es una historia de terror aunque esta es real. Aquí los protagonistas no tienen oportunidad de ganar Oscar. Los ecosistemas no están preparados para el papel de sequía o el de precipitaciones sin ton ni son y mucho menos para fenómenos extremos. Bosques y ríos asume un papel de secundarios y de extras muy poco valorado. La pérdida de un papel relevante es culpa, por ejemplo, de los vertidos de las ganaderías, de los descontroles de una urbanización, así de simple, así de mortal. El punto caliente de esta serie por entregas no comienza ni termina en Glasgow, este estrés hídrico no sale en pantalla o sale sin levantar aplausos o pitidos. Tiene pocas críticas y desde luego pocos likes.
Muchos jefes de estado en aviones particulares cual estrellas relucientes del celuloide derrochando gases a troche y moche. Activista esgrimiendo pancartas cual espadas en batallas medievales. Muchas tareas pendientes en este horror y error humano, muchas palabras rimbombantes y pocos hechos vinculantes. Un cambio en el guión exigiría parar la deforestación y quedarse en 1’5 grados. El terror está por llegar si se rebasan los 2’7 grados. Catastróficas consecuencias reales incluso para aquellos actores o espectadores que no quieran creerse la historia. Bla, bla, bla.