domingo 24 noviembre 2024
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Febrero, Andalucía, Antequera y… La Victoria

Febrero es un mes muy andaluz. El 28 se celebra el Día de Andalucía, y no puedo olvidar que el 28 de febrero de 2004 (hace ya algunos años) se me concedió el Efebo de Antequera. Recuerdo que aquel día en la iglesia de San Juan de Dios, recibí el galardón antequerano y hablé en nombre de todos los homenajeados, por encargo del alcalde de entonces, Ricardo Millán. Fue un día importante en mi vida. Pasaron los años y ahora nos encontramos en otro febrero, a las puertas de otro 28, y de otra “Semana Blanca”, con una muy reciente celebración de FITUR.

Y llegó el gran día. Mi gran día: el 22 de febrero. De la mano del Colegio de la Victoria, ejemplo de centro de enseñanza moderno, en un acto silencioso, muy bien trabajado y organizado por la Hermana Carmen María Gómez, la profesora Eva María Díez, otros profesores, como Fátima Ortega, y todos los alumnos del colegio. ¡Qué primor de organización! ¡Cómo se sabían mi vida, y la de mi familia, partiendo de las cuatro pinceladas que yo les había proporcionado! Yo estoy convencido de que Dios escuchó mucho a la Madre Carmen y ayudó a que todo fuera perfecto. Y ¿qué puedo resaltar de ese 22 de febrero? Yo diría que todo, pero quiero ir por partes.

Aparecí en Antequera el 21 de febrero, por la tarde, de la mano de Isabel Molina, para dormir tranquilo en una de las habitaciones amablemente reservadas en Arte de Cozina, por mi amiga Charo Carmona. A la mañana siguiente, exactamente a las 9,45 horas me recogió en la puerta de Arte de Cozina, Antonio José Guerrero, director de “El Sol de Antequera” y me condujo al Colegio de la Victoria, acompañándome en silencio hasta la capilla de la Madre Carmen. Creo que hablé yo y le conté mis anteriores visitas a la Victoria, en especial la que hice con la directiva de la Cofradía de “los Dolores” el Jueves Santo del año 2017, año de aquel Pregón Magno en el que debí pregonar esa cofradía. Sí, hicimos ya una primera visita a la Madre Carmen. ¡Emocionante preludio de otras grandes emociones que vienen a continuación!

Volvimos al patio central del colegio; en ese corto paseo me encontré con algunas monjas del colegio, conocidas por mí muchos años atrás; qué ilusión me hizo volver a intercambiar algunas palabras con la que ya había sido superiora del colegio y de la congregación, y algunos años más atrás mi “alumna de Física” aquel lejano verano; hija de don Miguel y hermana de grandes hermanos (Miguel, Eladia, y su hermana, la de la voz cristalina); encontré asimismo a Sor María Dolores Artacho, hermana de mis grandes amigos Rafael Artacho y Carolina Guerra; y ya, acompañados de la Hermana Carmen María y de la profesora Eva María Díez, nos sumergimos en el tumulto, nos situamos en el centro, y allí continuó todo. El recibimiento de los alumnos de los distintos cursos distribuidos por el patio y por el primer piso no pudo ser más cálido: entonaron un cumpleaños feliz que nunca olvidaré; no sé lo que pensé en aquel momento…

Allí continuamos un rato, y tuve la oportunidad de saludar y hablar con alumnos de distintas edades, “emocionados” por compartir conmigo aquellos momentos; no sabían que el emocionado era yo, por aquellas muestras de cercanía. Y a pie, nos dirigimos a la Plaza de Fernández Viagas, con música flamenca de fondo, un magnífico grupo flamenco que adornó toda la mañana los actos, acompañado de un grupo de acróbatas, que contribuyó a dar color a ese día de fiesta; las bulerías me sonaron mejor que nunca y las mesas en las que se mostraban aspectos de mi vida y de mi familia, me parecieron muy bien trabajadas y muy justas en todo lo que decían. ¡Cuánto honor!, me dije muy emocionadamente. Recordé y dije en algún momento que en el coloquio posterior a la presentación en los lejanos Pirineos de mi libro Pinceladas, fueron las preguntas de los niños las más incisivas y las que me embargaron de emoción. Igual que esta vez en Antequera. Mi vida retratada con fidelidad y todo cariño, por los que tanto habían trabajado…

En un momento, y con toda solemnidad, escuchamos la música del himno de Andalucía, presentamos el respeto debido a nuestra bandera andaluza, siendo yo el encargado de cortar la banda con los colores andaluces. Paseamos por la plaza, saludé a algunos amigos y departí con algunos alumnos, sin dejar de emocionarme. Pensé que dar las gracias emocionado era muy poco, y preferí irme a tomar mi tren a Madrid. Mi viaje había cumplido su objetivo: estar un tiempo con mis grandes y pequeños amigos de la Victoria, que tan bien habían preparado todos los actos, y que tanto cariño me habían mostrado. Pude hablar y resaltarlos dos principios de mi vida: aprender mucho para compartir, y no irse de este mundo “con las manos vacías”. Un gran GRACIAS es poco para responder a todo lo recibido…

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