Todos tenemos un camino de baldosas amarillas que recorrer. Nos acompañará nuestro corazón y sensibilidad, nuestro valor para afrontar no sólo los peligros posibles, sino para asumir con responsabilidad y elección cada uno de nuestros actos; y el cerebro, la inteligencia para comprender, analizar, saber y enseñar. No existe quizá una forma tan amena y simpática de hacernos llegar esas tres premisas esenciales en nuestra vida, como lo hace “El Mago de Oz”.
En 1939, la novela de L. FrankBaum fue llevada a la gran pantalla por la Metro. El tiempo la ha colocado como una de las grandes obras cinematográficas de la historia. Una labor totalmente artesanal. Pónganse en situación. Levantar y filmar cada unas de sus secuencias fue toda una osadía, amén de la dificultades profesionales y personales del equipo. Poco a poco, sus decorados, el enorme plantel de intervenciones, los accidentes en maquillaje debido a reacciones químicas por las altas temperaturas de los focos, cambio de directores… supuso un ingente material para la prensa de Hollywood. Pero al igual que Dorothytermina volviendo a Kansas, el film llegó a su espléndida culminación.
Destacando el derroche de imaginación por parte de los diferentes departamentos artísticos de la producción. Reseñar su banda sonora, ganadora de dos Óscar. Incluyendo mejor canción original, “OvertheRainbow”. Por cierto, al principio detestada por Judy Garland, le acompañaría toda su vida y la interpretaría con gusto allí donde fuese, en sus distintas actuaciones y apariciones. El pasado 25 de agosto cumplió ochenta años. No sabemos últimamente nada del Espantapájaros, del Hombre de Hojalata, ni del León. De todas formas, Dorothy y Totó, que estaréis por Kansas, felicidades.
