En este domingo la Iglesia se viste de fiesta y alegría para celebrar la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Hoy culminamos el ciclo litúrgico para dar comienzo el próximo domingo al Adviento. Las lecturas bíblicas tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.
San Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece entender su entrega. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.
Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio: «Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». Aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como esa. Hoy todos podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes.
En medio de una sociedad que hoy quiere alejarse del crucificado, deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y sufrirán, olvidadas por casi todos. Sería una burla besar al Crucificado, invocarlo o adorarlo mientras vivimos indiferentes a todo sufrimiento que sea el nuestro.
Estamos viendo como el crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño crucifijo, sino en las víctimas inocentes de hambre y de las guerras, en las mujeres asesinadas por su pareja, en los que se ahogan al hundirse sus pateras.
El evangelio de hoy nos lleva a reflexionar que confesar al Crucificado no es solo hacer grandes profesiones de fe ni quedarnos mirando las procesiones. La mejor manera de aceptarlo como Señor y Redentor es imitarle viviendo identificados con quienes sufren injustamente.
En este día y en medio de esta situación de crisis marcada por el COVID, la guerra en Ucrania, el cambio climático y el pésimo ejemplo que nos están dando los políticos, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: “Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí que soy débil y pecador. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino.” ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas veces. “Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu Reino.”