jueves 12 septiembre 2024
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Fotógrafos de Feria

Fue probablemente la década de los sesenta del pasado siglo la época de mayor expansión de una peculiar profesión a la que los avances de la tecnología relegarían pronto a un segundo plano: los fotógrafos ambulantes. Estos artistas de calle eran parte integral en ferias y todo tipo de eventos donde la congregación de personas podía favorecer la inmortalización de un recuerdo para enmarcar. Me pregunto cuántos cajones habrá en nuestra ciudad que guardan ese momento familiar o personal que tanto evoca nuestra niñez o a una persona querida que probablemente ya no esté entre nosotros.

Por centrarnos en la feria de Antequera, el Paseo Real era el escenario idóneo para instalar el clásico caballo de cartón en el que montar a los niños y hacer con rapidez la foto, no sea que en el caso de los más pequeños el sentimiento de inseguridad acelerara la aparición del llanto. Algunos de estos artesanos del recuerdo con más medios, hasta disponían de dos tamaños de equinos en función de la edad del zagal, por aquello de que los nenes crecen y no era cuestión de perder el negocio porque los pies del jinete ya casi tocaban suelo.

Recuerdos de una feria entre bullicio, aromas nuevos y sabores inconfundibles como el del algodón de azúcar o las manzanas cubiertas de rojo caramelo. Siempre llamaba la atención ver a los más mayores disparar con viciadas escopetillas de plomo sobre decenas de cigarros sostenidos por finos palillos de dientes. No les importaba pagar nuevas tiradas en la búsqueda de un premio que mostrar con orgulloso a la joven novia.

En un tiempo donde poseer una cámara era un lujo inaccesible para la mayoría, estos fotógrafos ofrecían un servicio valioso de cara a la posteridad. Como artistas que eran conseguían que cada fotografía fuera una obra de arte única, llena de vida y emoción. El proceso de tomar una fotografía en la feria era un acontecimiento en sí mismo. Los fotógrafos utilizaban cámaras de gran formato, que requerían largos tiempos de exposición y una gran destreza técnica. Una vez capturada la imagen, el revelado se hacía en el mismo lugar o en un pequeño cuarto cercano, permitiendo a las familias llevarse su recuerdo impreso en poco tiempo.

Antequera siempre contó con magníficos maestros de la fotografía que en su casa o en su estudio desarrollaron una intensa labor en unos tiempos complejos. Sin ánimo de olvidar a alguno me vienen a la cabeza los nombres de Morente, Antonio Romero, Velasco, Guerrero, Pepe Hidalgo, Gabriel o Genaro entre otros, destacando especialmente además los tres hermanos Rama, Antonio, Juan y Enrique. De ellos conozco el caso de Antonio, buen amigo de mi padre, tanto como lo fuimos luego sus hijos. Este emprendedor desplegó en la feria de Antequera y en la otras localidades una encomiable labor que merece la pena ser recordada. Con su moto y cargado del material de revelado recorría todas las ferias de la comarca, previamente con los cosarios de cada pueblo ya había acordado el traslado de su caballo acartonado y más tarde un singular cochecito sobre el que todos los padres querían inmortalizar la niñez de sus hijos. El tiempo es el único legado que el ser humano no puede devolver, pero gracias al valioso oficio de estos pioneros, el papel –aunque arrugado y maltrecho por los años– permite hoy rememorar los mejores momentos de aquellas ferias.
Pasaron décadas pero hay algo que no ha cambiado desde entonces: los ojos de los niños siempre brillan más en cada Feria de Agosto.

Más información edición digital www.elsoldeantequera.com y de papel.
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