Que entumece y cala hasta en los huesos, nos hace andar cabizbajos y algo más torpes. Y, casi nunca nos sorprende aunque retrase, como en esta ocasión, su llegada. Yo recuerdo inviernos duros, durísimos en el internado cuando amanecían los patios y cualquier objeto expuesto a la interperie cubierto de escarcha. Algo de nieve pudimos ver en aquellos inviernos que se hacían interminables, pero la fuerza de la juventud y los sueños hacían minimizar la situación.
Ahora, cuando el paso de los años va dejando una mella considerable nos afectan bastante más los cambios, y nos acobarda enfrentarnos a ellos con la frescura y la osadía de los años mozos.
Contemplar a través de los medios cómo gran parte del hemisferio norte está blanco y un poco paralizado, aumenta la sensación de frío y salimos a la calle forrados no para atravesar el polo, sino para circular por Antequera. Y abrigados hasta las orejas tenemos que andar por casa, porque si bien es cierto que disponemos de hogares cómodos, no es menos cierto que apenas hay algunos preparados para resistir estas embestidas.
Pero he de admitir que el pasado sábado el frío dejó en casa a mucha gente que tenía prevista su asistencia al teatro y fue un aliado perfecto para salvar una situación que nadie había previsto, mejor dicho, caído en la cuenta que el cartel anunciador no recogía la venta anticipada de entradas, que se llevó a cabo dejando las justas para taquilla. Y, obviamente muchos de los que hacían cola mostraron su enfado momentáneo. Todo se pudo arreglar y acomodar a quienes querían disfrutar de la obra. Fue un verdadero éxito, los actores, parecían profesionales por la soltura con la que se movían por el escenario, nos hicieron pasar un buen rato y contribuyeron con su actuación desinteresada a ayudar al Banco de Alimentos que también sufre las inclemencias del tiempo.