Volamos al sur o al norte. El viento y las fechas te llevan a miles de fiestas, ferias. Este año la orgía del fuego nos traslada de manera tumultuosa a montes y lugares en donde no sabías que el fuego podía habitar y en donde desconocíamos que los políticos podían sacar rédito.
La feria se termina y vendrán otras. Los recuerdos se actualizarán y tendremos que echar abajo un volante de nuestro vestido de gitana porque habremos crecido o tal vez tengamos que reducir a milímetros el ancho del cuerpo porque hemos adelgazado ¡genial! Nada es lo mismo, y esto es muy interesante. Renovarse o morir decían los estoicos. Tenemos fiestas en las que me sumerjo por arte y magia de la música de lo bailable, de lo confundible, de la alegría. Siempre he sido mucho de esto último es decir de bailar hasta que la luz del nuevo día se confunda con la oscuridad del siguiente y sigo haciéndolo, no por tradición si no por encantamiento de el atractivo de las letras de las canciones y de las notas gravitando sobre las pistas improvisadas de baile en las que descubres verdiales, o rumbas, pop o rock.
Mezcla genuina y genial. A mi cuerpo y a mi mente le va todo. Hay niños corriendo hacia los carricoches deseando poder cumplir sus sueños de subir y bajar entre luces que parpadean como locas saturadas de colorido. Las estrellas del cielo enmudecen atónitas por breves instantes ante las chispas llenas de sortilegios de la pirotecnia, de la pólvora convertida en fuentes de cometas que suben hasta el firmamento y después caen como lluvia brillante. Arte efímero. Poesía visual que despiertan emociones, sorpresas, experiencia sensorial que te envuelve en recuerdos felices. Todo invita a dejarse llevar por ese bullicio ruidoso y por el silencio tardío que también significa el comienzo de algo nuevo.
