Son múltiples, las formas y recetas (tantas como gustos personales) empleadas en la confección de éstas simples gachas. Ahora bien, les aseguro que todas ellas nacieron de la decisión propia y personal, aunque, atreverse a confeccionar, a cocinar tus propias ideas, tiene sus riesgos.
Un buen día de lluvia, hace ya tiempo… estando en casa, ella, mi compañera, me decía, si no sabría preparar unas gachas de harina, recordaba que en su casa, su madre, las confeccionaba y que le gustaban mucho. Nuestros dos hijos al oír el entusiasmo, con el que su madre se expresaba recordando, el desconocido plato, me miraron y en sus ojos pude captar la ilusión de conocer y degustar aquel… sabroso plato. Alguna imagen yo conservaba en mi mente, acerca de la forma y manera en que mi madre, cocinaba las gachas de harina, que a mí particularmente me gustaban mucho más que las propias migas, tan acostumbradas en los días de lluvia.
Pero del recuerdo al hecho… Y válgame decir que cocinar unas gachas, también tiene su miga, cuando no se conoce el proceso, por muy sencillo que éste resulte ser. Muy dispuesto a superar la prueba, pongo en el fuego, un cacillo con agua y harina ya disuelta, con una consistencia que a mi me pareció acertada, pero hete aquí que, cuando el preparado empezó a coger temperatura… aquello comenzó a espesar y para mi desesperación con visos de terminar hecho una pieza soldada al recipiente. Con premura y gestos de agobio, pedía a la madre un poco de agua para tratar de mitigar el creciente y dramático espesamiento del plato que debería ser, el alimento del día… la expresión de mi cara debió infundir primero algo de preocupación a los niños. Pero estos al ver que la madre, sufría… pero por no poder reír, como la situación le apremiaba, decidieron mantenerse expectantes por ver en que paraba todo el experimento.
Con el celo y la premura, por aclarar el producto, yo, le ponía ahora un exceso de agua, por lo cual no conseguía la consistencia deseada. ¡Un poco de harina! Y de nuevo la madre, más solícita por mitigar el preparado, que capacitada para evitar dominar la explosión de risa, que sus facciones le exigían, aportaba un poco más del blanco producto.
Llegaba ese momento en el cual, te planteas: uno, darte por vencido y abortar el invento, dos, seguir luchando y acallar el cachondeo, objetivo harto difícil pues a esa altura del proceso, los niños que son así, ya no podían postergar por más tiempo su inocente, espontánea y sana risa. Optaba por lo primero, pues la frase de la madre: “Niños tenéis cromos que pegar en algún álbum… que pegamento vamos a tener”. Fue como un detonante. Objetivo fallido. Pero las risas y el momento, aún son recordados como una de esas situaciones en que, lo conseguido y bueno estuvo muy lejos de lo pretendido. Aquel día, no se pudieron degustar las gachas.
No dándome por satisfecho, en otro día, me pasaba por casa donde residía mi madre. En la cual como tantas veces confiamos y consultamos, sabía encontraría la solución. Muy solícito yo le decía, Mamá, me tienes que explicar la cantidad de agua y el modo de preparar las gachas con harina. Y allí, como no, encontré la solución.
Para dos personas: dos vasos de agua, añadir y remover bien cuatro cucharadas soperas de harina, ¡espesará al calentar! añadir una cucharadita pequeña de sal, hervir durante unos cinco minutos, ponerle unos trozos de pan frito previamente en aceite de oliva, servir y rociar con miel de caña. Es la receta más simple y sencilla, hay repito, muchas más. Desde tostar la harina previamente, sustituir el agua por leche. De una u otra forma ¡que ustedes las disfruten! Si pueden, incluso desde el proceso de preparación.