Vemos un hombre encapuchado vuelto de espaldas. Nos da la espalda sin ánimo de molestar o de ser maleducado o pasota. Absorto en unas pantallas que están tras un espacio enorme que pudiera ser un escaparate. Pantallas que muestran una guerra real dentro de una pantalla real pero todo se convierte en una abstracta decoración en medio del caos.
Las pantallas, muchas muestran el mismo bombardeo, el mismo horror, los mismos rostros que huyen de la destrucción. Rostros apresurados que cargan sobre sus hombros las miradas esquivas del mundo y sus gobiernos. Guerrilleros sin querer, caminantes de exilios apresurados, de miedos y angustias, sin miradas atrás, sin ojeadas a la vida de antes, de hace un rato, rebuscar el futuro se convierte en una pesada losa.
No es una película de Stanley Kubrick, aquí los Senderos no son de gloria, en ninguna guerra lo son, salvo en las pantallas porque ahí los bombardeos no nos hieren, no matan, no aniquilan de un plumazo y el idealismo tal vez asome por algún lado del visor. No son tampoco imágenes lentas pintadas al óleo, ni guerras de pigmentos que se mezclan con el olor de la trementina o el aceite. El lienzo en donde se trasladan los conflictos se siente impotente ante la avalancha de pincelada sin sentido que marcan una nueva tendencia llena de bunkers o de hambre de soledad y terror. La falsa gloria de la guerra es una batalla que se enfrenta a escenas que tienen un final y este, no siempre es feliz o despreocupado.
Contadme la guerra de otra forma, si podéis. Si no alcanzáis tal poder, si los humanos no somos capaces de elevar las miradas ante lo que está pasando. Entonces dejadme que haga un fundido en negro. El hombre encapuchado se aleja de aquel escaparate. En las pantallas solo se ve humo.