¿Están infravalorados los pensamientos positivos en esta época? Me gustaría imaginar que no. Pensar en positivo es fantástico, pero una vez interiorizadas y puestas en prácticas todas las habilidades de pensamiento provechoso, ¿qué viene después?
Cuando se agotan las filosofías del optimismo, las reglas de oro de lo zen ¿qué hay? Si el consciente y el subconsciente ya han batallado día a día, hora a hora y se han enfrentado a la par con situaciones negativas, esgrimiendo armas lógicas para el ser humano contra las de destrucción masiva de los testaferros, de los mangantes impunes, de los ladrones a cara descubierta, los agentes de calificación de riesgos, ¿qué nos queda? Tenemos mucha, muchísima información. Ella nos produce, en estos tiempos, inseguridad, frustración, desilusiones, temor, indefensión, vulnerabilidad, ansiedad… ¿cómo reconvertimos esto en algo habitable, eficaz para nuestras vidas, las de nosotros, mortales de a pie? Dicen los sabios, que hay que descubrir lo digno y valioso que hay en las personas, ¿cuáles, quiénes, qué?
¿Piensan los tecnócratas en esto? ¿Son fríos calculadores que no conocen palabras de alivio? ¿Sueñan con un mundo mejor a nivel humano, o sólo les preocupan los estudios mercantiles de la estratosfera de las finanzas? Me temo que esto último prevalece.
Evidentemente la fuerza interior que poseemos es prodigiosa pero si se agota ¿qué hacemos?, ¿hacia dónde nos dirigimos para encontrar nuestra ración, la que nos han quitado impunemente todos esos hombres y mujeres que manejan los hilos del poder?
Comentan los eruditos, que la calidad de lo que pensemos, determina en buena medida la calidad de nuestra vida.
De momento, ahora, hoy, me aferraré a este pensamiento de V. E. Frankl: «Me atrevería a decir que no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aún en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene sentido». Si percibimos, que a pesar de todo, no encontramos el sentido ¡inventémoslo!! ¿Qué podemos perder?
