jueves 21 noviembre 2024

Hogueras

Inundaba el cielo una bandada de pájaros errantes que se perdían en un atardecer que no se quejaba de nada. El fuego lo colmaba todo, especialmente la imaginación de los habitantes de las playas en aquellas horas del día mas largo, de la noche más corta. Abuelos, hijos, madres, nietos, amigos… San Juan, noche, víspera, cielo estrellado, plácida brisa. La soledad a solas con ella misma, en un rincón apartado de las horas distantes, levantó la vista hacia el horizonte pleno de fuegos artificiales cerca de La Farola, que se confundían de manera exquisita con el humo de las moragas que se alzaba desde los carbones ardiendo, hasta ese cielo tan lejano.

No es un día como otro cualquiera. Se sacan las cestas de playa, se estrena bañadores, se acicalan unos y otros para presumir del mejor espeto, de la mejor tortilla de patatas, del mejor combinado, de ese mojito que has prometido lleno de hielo e hierbabuena. Mensajes escritos que se echan a la candela para alejar los malo, para atraer lo bueno y al agua. Un baño profundo e intenso que lava los malos sentimientos y las riñas de enamorados. Se cantan las alegrías, porque las penas se las llevan las olas aunque sean suaves.

Me cogió este año por tierras gallegas y aún en ciudades marinas no vi esas hogueras, y mira que allí habitan las meigas, las que hacen pociones para el mal de ojo, alguna vedoira adivinando el futuro o las cartuxeiras que echando las cartas en los escalones de cualquier calle de Vigo aciertan siempre con sus vaticinios. Bajando de Castelo Do Castro una de estas meigas, habitante de un castillo subterráneo de cristal, me salió al paso. Vestía como es costumbre en ellas un vestido blanco de larga cola. Con delicada amabilidad me ofreció consejos y un regalo preciosos en forma de flor cristalina. En mi maleta llegó a Málaga envuelto en papel de seda, cuando los fuegos de San Juan, las hogueras, ya se habían confundido con la arena de las playas y las pisadas de los caminantes.

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