Se veían pequeñas las luces, cantaba la tarde en tono azul-gris. Esperaba la magia ancestral a hacer su aparición con los últimos rayos del sol. El día se hace largo, el más largo. Solsticio de verano, la noche más corta. Rituales paganos que tornan o se mezclan con los cristianos. Tradiciones muy curiosas que se elevan como las llamas en medio de los pueblos, aquellos que contaban que el fuego es purificador, el que se lleva los malos espíritus y acerca, atrae todo lo bueno. Salud, felicidad, larga vida. Se piden deseos en papeles escritos de antemano con peticiones de lo más extenso, dejándolos consumirse entre las llamas con el deseo de que ese fuego los lleve al universo en un vuelo de cenizas pensadas, de risas disimuladas, de lagrimas que no empapan la arena. Saltar las hogueras como parte del ceremonial. Dicen que si saltas un numero impar de veces esos deseos se cumplen.
El agua también está presente, el mar azul en el atardecer, negro, plateado en la noche. Reflejo de oscuridad e ilusión ese cielo tal vez demasiado lejano para tocarlo, remoto y misterioso, estrellado e insondable. Tierra y agua. Mar y fuego. Personas que se sumergen entre el oleaje liviano, fresco, de la media noche o se mojan los pies para atraer salud y fortuna. Anhelos que se sumergen también, entre lo real y lo irreal. La noche le da ese toque atávico. Se oyen a lo lejos y se ven reflejados en el agua los fuegos artificiales que desde el faro están lanzando. Se abre la noche para acogerlos en formas de mil palmeras multicolores que termina con sublimes puntitos dibujados sobre la negrura.
Tradiciones de la noche de San Juan. Empezar de nuevo antes de que la noche, la más corta del año, deje paso a la luz del nuevo día. Sale la luna y una música se expande por el lugar.