Vaya para todos y antes de nada, mi más sincera felicitación por el hecho de la Resurrección de Jesús. Aquel hecho cambió la vida del hombre tanto del hombre de fe como la de aquel que anda buscando un asidero donde poder salvarse. Muchas veces es importante partir de la duda para llegar a la confianza plena en Dios. Muchos han sido los pensadores y filósofos que desde el ateísmo radical han llegado por medio de la duda final al acercamiento con Dios. Un caso de ello lo encontramos en J.P. Sartre.
Durante muchos años, J. P. Sartre ha sido en Europa el filósofo más escuchado del existencialismo ateo. El mensaje de su ateísmo caló hondamente en las generaciones de la postguerra. Su existencialismo consistía en afirmar: Dios no existe. El hombre está solo, arrojado a este mundo absurdo, prisionero de su propia libertad, abocado a la “nada” final. Según Sartre, “es absurdo que hayamos nacido y es absurdo que muramos”. El hombre no es sino “una pasión inútil” y la muerte, un hecho brutal y absurdo que nos convierte en “despojo de los supervivientes”. Este es el resultado de su devastador análisis.
Sin embargo, al final de su vida y después de un intenso contacto con su amigo judío, Benny Levy, creyente en Dios, escribía así en el Nouvel Observateur de París (marzo de 1980): “Yo me siento, no como un polvo aparecido en el mundo, sino como un ser esperado, provocado, prefigurado, como un ser que no parece poder venir sino de un Creador y esta idea de una mano creadora que me hubiera creado me reenvía hacia Dios”. Naturalmente, sus amigos más cercanos no lograban entender su cambio.
Simone de Beauvoir habló de un Sartre enfermo y acabado, fatigado, influenciable y sin lucidez. Sin embargo, el hecho es de importancia grande. El representante máximo de un ateísmo desesperanzado parece haber preferido, al final, abrirse al misterio y no quedar encerrado en el absurdo.
Muchos años después un gran escritor francés Jean Gitton en Le Figaro donde comenta así el gesto de Sartre: “¿Cómo hemos de interpretar las palabras de la última hora, del último momento, cuando liberado de su “personaje”, reducido a su sola persona, uno es, por fin, él mismo?… Yo me inclino ante el último gesto de J.P. Sartre. Veo en este gesto el rastro de una valentía soberana, la que nos permite desmentirnos para acabarnos eternamente”.He recordado al autor de “El ser o la nada”, al leer de nuevo el maravilloso relato de San Juan. Los hombres nos sentimos con frecuencia pescadores que se fatigan trabajando “de noche” y sin pescar “nada”. Es fácil sentir entonces la tentación de que la vida es “una pasión inútil”. Se nos olvida que cada uno de nosotros somos “un ser esperado” por ese Cristo que vive resucitado en la orilla de la vida eterna.
Es bueno que antes de cerrar los ojos y despedirnos de este mundo, sepamos todos desmentirnos de nuestros errores y equivocaciones, para abrirnos humildemente al misterio santo de un Dios que nos espera, aunque junto a nosotros haya quienes nos tachen de debilidad, cobardía o ceguera.Sencillamente podemos decir como el bueno de San Pablo: “se de quien me he fiado y ese no me abandona. Cristo vive y nuestra humanidad queda elevada por la eterna misericordia de Dios a una vida nueva.
Pero todo esto solo se entiende desde los ojos de la fe, nunca desde la razón. A Dios no lo podemos encerrar en nuestro pensamiento, es ínfimamente mayor que todo él. Como Pedro, digamos: Aunque hemos estado “buscando” toda la noche sin éxito, por Ti echaremos el copo de nuevo donde mandas.