Marsala. Queridos lectores voy a secuenciar lo que escribo en este periódico encabezando cada párrafo o historia con los nombres de un color del Pantone. Marsala es uno de ellos. Este color rojo oscuro, me recuerda a la vida y las novelas de Scott Fitzgeral, sí el escritor del Gran Gatsby. Por cierto le encantaba poner entierros en ellas. Cosas de la vida y de la muerte, su ataúd se pasó un tiempo olvidado en las traseras de unos trasteros en la meca del cine.
Por cierto su obsesión por los funerales está presente en su obra. El hombre de fama, bebedor empedernido, mujeriego, derrochador. Murió con setecientos dólares en el bolsillo, un cuchitril de apartamento y solo. Llovía cuando por fin lo enterraron. No estaba Zelda su amante, cuentan “no mando ni un mensaje ni una sola flor”. Este, si lo han visto, es el mismo final que el de DiCaprio/ Gatsby. Sólo que el caso del Fitzgeral la ficción obsesiva, llegó antes que la ácida realidad. Así que, el marsala, tonalidad de vocación terrosa y con una ojeada al vino tinto, es un color fascinante para este personaje.
Azul Cobalto. Quedo esta tarde con mis amigas de siempre un café o lo que encarte para valorar el síndrome “post holidays”. Año tras año comprobamos que a nosotros no nos afecta, somos mujeres espartanas.
Este color tiene poder, el cobalto. Por eso surge la política la inmigración, la justicia, la injusticia…
-Así que, ¿nos manejan? Izquierda, derecha…-dice Lola resuelta.- Porque en número les ganamos de sobra a los políticos. Asentimiento general y opiniones.
-Qué está tomando ese señor? –pregunto al camarero.
-Es un limonchelo. –Contesta sin sonreír.
-Pues yo quiero eso.
-Eso tiene alcohol.
-Bueno, pues quiero uno.
Mis amigas me tachan de valiente entre risas. Mientras noto el limonchelo bajando por mi garganta y llegando a los centros neurálgicos. No es azul, ya lo sé, pero es agradable y bullicioso.
