Un pésame se da a los allegados; en este caso, de Ángel Guerrero. Pero ¿Hemos de desear para el difunto un mero “descanso” eterno cuando, desde lo más entrañable, la fe intuye una movida divina?
Ciertas teologías de corte platónico describen este mundo y el otro como el abajo y arriba ¿No era la vida un sueño? Pues morir sería despertar a la contemplación del Bien en las llanuras de la Verdad. Así es al menos como describía Platón el mundo de los bienaventurados.
La idea de orden vertical preside ciertas teologías. Pero el esquema racional en teología supone en la práctica la opción por la claridad expositiva, en detrimento de la experiencia cordial. De ahí que uno prefiera a ciertos remotos Padres de la Iglesia, y a algún Santo visionario ¿No supera todo entendimiento –según San Pablo– lo que ni el ojo vio ni el oído oyó y que, no obstante, el Espíritu Santo vierte en nuestro oído con gemidos inefables? ¿Por qué habríamos de desoír lo que llega a nosotros desde lo más íntimo de nuestra propia intimidad, que decía San Agustín? Pero esta es otra cuestión que tiene más que ver con la raíz del escepticismo moderno.
La pregunta teológica es esta otra: ¿Y si “La Verdad” fuera Dios mismo, por dentro, en el kilómetro cero de su dinamismo trinitario? La Trinidad es la genialidad más brillante del cristianismo; el bucle donde Dios ama a Dios y te invita a pasar con la frescura con la que Jesús se autoinvitó: “Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Inversión de papeles –en esa hormigonera de amor– que llega casi al borde mismo del quién es quién.
¿Es una fe dura de aceptar? Sí; pero no me digan ustedes que no es hermosa. Tanto como para hacer del creer un “hermoso riesgo” (Platón) que da a nuestra espera un toque de suspense estimulante. Otros, espero, lo tendrán ya claro. ¿Estás tú, Ángel, al cabo de la calle? Pues nada, a pasarlo bien.
