Los que vieron aquellos telediarios en blanco y negro no olvidarán un par de frases de Suárez. La primera, su famoso latiguillo: «puedo prometer y prometo»; y la otra: «hagamos normal lo que al nivel de la calle es normal». Lo entendimos todos: lo prometido era la normalidad, y el criterio de lo normal era la calle. Aquella España oficial era anacrónica (del griego: aná-kronos, contra el tiempo) ¡¡porqué su reloj no marcaba la hora de la calle!!
Pero la calle no para de decirle lo mismo a estos políticos de ahora: que se pongan las pilas y entren de una vez en sincronía (es decir, en coincidencia temporal de intereses) con el mundo real. Y para esto empieza a no haber nadie que los crea dispuestos.
Como el paso de las vacas gordas a las flacas ha sido un visto y no visto, los vicios políticos que engordaron en las ubres de la abundancia, llegadas las habas «contás» y los parados, son vistos con mucha menos indulgencia. Y si los que mandan están en el mareo de la perdiz y recurren a los trucos ¿no será porque el discurso político está al servicio del instinto de conservación de «la clase política», que no duda en hacer normal lo que es mentira? ¿Era normal la euforia de ayer? ¿Es normal el paro de hoy (que ronda aquí el 30 por ciento)? ¿Tendrá que ver con que estemos en el furgón de cola de la enseñanza? Y, en fin: ¿qué tendrá que pasar de anormal y catastrófico en lo económico, para que los políticos aparquen diez minutos sus cálculos de partido, y aborden sin tardanza estos temas en términos de Estado? Visto desde la calle, parece lo normal; otra cosa es que lo hagan.
Antequera, 28/4/2010 Manuel Vergara Carvajal