Imagino que es toda capacidad de artista el abstraerse en su propio mundo, su inventiva y dejarse llevar por lo que surja en el momento.
Imagino que ese caos puede estar ausente y la obra de arte que queda al final es el resultado de un estudio minucioso por parte del creador.
Imagino miles de situaciones por las que debe pasar el artista antes de que de a luz su obra. Miles de cuestiones son las que me planteo cuando visito una exposición o cuando me sumerjo en el universo de artistas que se presentan ante mis ojos, ya sea en directo, o a través de Internet, que se ha convertido ahora, en mi mejor herramienta para adentrarme en el arte.
Y es que, los enigmas que llegan a mi corazón –el arte me llega hasta ahí dentro, se cuela en la sangre y termina bombardeando el alma– al enfrentarme al artista, a su obra, a ese cara a cara, me llenan de zozobra y tranquilidad a la vez.
En el caso de Medina Galeote. Siempre he buscando un sentido a cada cosa que hace, conociendo en profundidad su figura y sus obras desde hace bastantes años.
Cuando, gracias a mi amigo Félix, me he metido de lleno en la escalinata del Pompidou, he tenido que buscar, navegar en cientos de fotos para ver que todo forma parte de un caos tan ordenado que se me escapa a la comprensión.
Me fijo en la foto del artista preparando su intervención. El detalle, sus auriculares tapados con sigilo. ¿Qué escuchará el artista? Me gusta imaginar que puede ser una gran ópera, un rock profundo o un jazz con una voz francesa mezclada con el contrabajo. O simplemente quizá, se oye a sí mismo, al artista que le va indicando los trazos a seguir para convertir en arte lo que toca. Sea lo que fuera, lo cierto es que de nuevo se mete hasta los huesos, dejándonos atónitos ante esa inquietante frase: “Nuestro futuro está en el aire”.