La que le han montado por un crucifijo al director de un hospital de Castellón, hizo recordar al que suscribe la película americana “Sólo los tontos se enamoran” protagonizada por Salma Hayek y Matthew Perry. Él es un ejecutivo del Este, todo lo W.A.P. (blanco, anglo y protestante) que se puede ser, enviado a Las Vegas para dirigir una obra. Y ella, de familia inmigrante, es tópicamente mejicana.
Como pueden más dos tetas que dos carretas, los dos enamorados saltan alegres por encima de las diferencias evidentes, religión incluida. En “Ocho apellidos vascos” el contraste religioso es menor: se limita a un cura que, de puro vasco, no puede seguir la fresca confesión del sevillano; pero en esta otra, cuando el muchacho quiere subir al dormitorio, tiene que pasar ante un crucifijo, de fuerte realismo, que preside la escalera.
El repullo del protagonista ante el crucificado señala netamente la frontera entre su religiosidad aséptica, propia del Este anglosajón; y, el barroquismo hispano-mejicano al que no le avergüenza el sufrimiento de la cruz. El enamorado acaba haciendo su opción por la muchacha y su cultura, cruz incluida.
En Castellón, por el contrario, alguien entiende que, estando en un hospital, “la visión de un cuerpo semidesnudo, famélico y lleno de heridas, clavado en una cruz” puede herir la sensibilidad y agravar el estado del enfermo. Vaya por Dios.
¿Es que sólo los tontos se asustan de la Cruz? No diría tanto. Es un escándalo, lo dijo S. Pablo, está claro. “Con todo es cosa muy fuerte / que muera Dios soberano” añadía Sta. Teresa. Y tanto. Pero ¡la sangre con amor entra! ésta es la clave. Y este pueblo lo sabe cuando saca sus Cristos a la calle con una inteligencia teológica que viene a intuir lo hondo del Misterio: ¡Bendita sea la Vida! Pues, claro.