Sospecho que ambas cosas, aunque yo me encuentre entre las que admiten sugerencias, pero no acatan los mandatos y menos en moda. El pasado fin de semana, deambulaba entre tiendas, mostradores, escaleras mecánicas, entre gente dispuesta a pasarlo bien y gente que según los medios, volvía a la rutina. Esta expresión está muy manida.
Bueno no pienso apartarme de esa visión de escaparates. La verdad es que en este aspecto sí volvía a la normalidad, aunque para mí no hay mejor rutina, imagen cristalina que el mar. Hay precipitación en vender abrigos, jersey, anorak, vaya, no puedo seguir ¡qué calor! Incongruencias, desequilibrio, ampulosidad de polares que hacen sudar al más pintado, al menos por estas latitudes.
Entro en una de las tiendas habituales. El aire acondicionado lo tenían a menos cero. Táctica para vender esas prendas invernales, es más si te pasas de tiempo, agarras una camiseta o una camisa y te la compras por temor a coger un resfriado de final de verano. Otra solución es irte rápidamente de la tienda, pero ahí estaba el chico que atiende, o la chica simpática que te entretiene con una amabilidad extraordinaria y tú no lo vas a dejar con la palabra en la boca cuando te ofrece dos chaquetas de punto por el precio de una y media.
Yo también respondo con cordialidad y le digo con un poco de sorna, he de reconocerlo, que ya volveré otro día que haga menos frío. Se lleva esto, se lleva lo otro. Horrores minimalistas de chaquetones de piel con chanclas playeras. “Wasap” de mi hija. “Ya llego. Tengo que encontrar unas botas de agua sea como sea, mami, en Venecia está lloviendo”. Y en Venecia está mi hija Marina con botas y paraguas. Feliz la veo que es lo que me importa. Veamos que moda me trae.