Pusieron en La 2 “Amanecer en Puerta Oscura”. Rodada en los cincuenta, los exteriores de Ronda son ya sólo un recuerdo: calles empedradas y pobreterío; pero ni media tontería.
Aquella Ronda elemental, sin el turismo (y con aquel taco de frío), nos enseñó a tener por superfluo todo lo anecdótico –incluido lo “bonito”– si distraían de lo sustancial. Lo hermoso era sobrio; casi místico.
Traer esto a colación, hoy y en Antequera, parecería añoranza de aquella plazas terrizas de hace un siglo, y al hombre en medio, con su borrico. Ha pasado el tiempo y Plaza de San Sebastián es hoy lo que es porque así se ha querido. Nada que objetar ¿O, es que sí?
Pues esa es la cuestión: ¿Hablamos hoy del bien a proteger, o de halagar la mirada con lindezas? La Plaza no es un escenario para lucimiento de floripondios que alegren los ojos del espectador; pues, siendo ella misma un absoluto –lo en sí– no es otro que el bien mismo a cuidar. Su peor enemigo es “lo bonito”… añadido.
¿Acaso son “bonitos” (empachosos), el arco, la casa de los Herrero, de Pedraza o, la de Bouderé? No digamos la fachada o la torre ¡Todo ese perímetro! ¡Y la fuente! ¿No es hermoso? Pues esa es la palabra.
Por favor: ¿Para qué las bonituras? “¡Despejen!” decían los policías de antaño cuando había cuatro o cinco en la acera. Pues, eso. Como quedan dos o tres renglones y de todas maneras va de lo mismo (y va a dar lo mismo), haría hablar a Menga por esa boca: “¡Despejen y déjenme en paz con la tontería del museíto!” Pues, no señora, aprenda; harán lo que les dé la gana. Fin.
