No sería muy elegante llamar ciego al que no ve, salvo que a éste no le diera la gana abrir los ojos. En cualquier caso, uno pide disculpas por su tono desabrido cuando trata de alertar sobre lo que cree una amenaza para los dólmenes de Antequera. Si en Málaga hay un debate sobre el futuro del puente de Tetuán y las obras del metro ¿cómo puede ser que se reinicien en Antequera las obras de un, a todas luces, disparatado centro de interpretación a los pies de la mismísima Menga, sin que haya ni una sola voz autorizada que diga: para el carro? ¿Acaso esto no merece una pensada? ¿Sería tan insensible la opinión pública si se instalara un kiosco de prensa bajo los arcos del acueducto de Segovia? ¿Qué pasa con Antequera? ¿Vale, o no, Menga un derribo?
Uno es más bien de campo. Y tiene sus años. Pero le tocó cantar aquello de la OJE: “la mirada clara y lejos y la frente levantada”. Y es más bien empírico. Y ha estado allí mil veces. Y cada vez le parece mayor insolencia la presencia de semejante “algarrobico” (tuneado, o en bruto), en ese espacio venerable.
Porque si un túmulo necesita algo es un espacio que presidir, como un absoluto que es. Como un Capitán Moreno en su glorieta, por poner un ejemplo de aquí. El complejo Menga-Viera necesita esas dos o tres hectáreas, como el obelisco del Vaticano necesita el espacio (400 por 430 metros) que abraza la columnata de Bernini.
El lujo es un espacio diáfano. Por poner un ejemplo: los ciento treinta metros de nave de una basílica romana. En cambio, nunca hará justicia la catedral de Sevilla (la mayor de las de su estilo) a la voluntad de aquellos canónigos que la planearon: “Hagamos un catedral tan grande que las futuras generaciones nos llamen locos”. Y la locura fue, en opinión de un servidor, hacer imposible, precisamente, la percepción de semejante magnitud interceptando su nave mayor con un antipático coro ¿Valdría la pena su demolición? No lo sé. De esto nuestro sí que estoy seguro: Menga necesita su espacio vital. Para respirar.
