No escuchaba, absorta en la contemplación del mundo, ignoraba por completo el bullicio de la cafetería en aquellas horas que se atiborran de olor a churros, a chocolate a café expreso, a prisas con unas gotas de consonantes emborrizadas en crisis. Ambiente de mañana, mitad azul mitad nublada y la otra mitad, porque aunque no lo crean falta otra mitad, la que no se nota, la que no se palpa pero que permanece, si se sabe encontrar.
Ella estaba y no estaba, permanecía sentada. Derecha, girando con muñeca ágil, la cucharilla por el borde de la taza vacía. Una taza que no se quejaba de nada, que no sentía indignación por su anodina vida de taza usada como objeto, de objeto libre de deseo.
Y ella, ¿removía el pasado o agitaba el futuro?
La mirada extraviada en el fondo del pequeño recipiente, transitaba de vez en cuando entre el ruido. Parecía la de un pequeño e indefenso pájaro, que un buen día, descubre su destino incierto cuando comprende que ya no es pájaro porque le han robado su dignidad, porque lo han echado del nido que construyó con sus propias manos, porque le han prohibido desplegar alas de libertad.
Joven no era, parecía atemporal. Un detalle en la mano derecha. Un anillo enorme anudaba, casi estrangulaba, el dedo corazón que no latía al compás del mundo.
La observo curiosa. ¿Espera? ¿Piensa? Imagino.
Deja pasar el tiempo como si le sobrase mucho o le quedara poco. Es un retrato en sepia ubicado equívocamente.
Sin esperarlo, saca un periódico del bolso pequeño que permanecía colgado en su hombro y lo agita con vehemencia. Lo dirige insistentemente hacia la cristalera, que se asoma a la calle sin pudor, sin nada que perder
Un hombre corpulento entra sin sonrisa, sin chaqueta, sin corbata, sin prima de riesgo. Atraviesa la incertidumbre de otras vidas. Se acerca, la encuentra, se abrazan. Sonrisas sin testigos. Solos entre tantos, dos en medio de ese espacio que es tierra de nadie y de todos.
Sonrío. Saco mi libreta de notas y comienzo el relato: «No escuchaba, absorta en la contemplación…