Los que ya contamos el medio siglo con añoranza, casi ni nos acordamos que una vez lo fuimos. Y no valen las monsergas de que lo seguimos en espíritu, mentira, cuando ya están tantos años vividos.
Cierto que tenemos mucha fuerza para seguir el camino de frente, disfrutar, no caer en el eterno desasosiego al que nos lleva irremisiblemente la edad y pretendamos sacar a la vida provecho en cada instante. Pero jóvenes no somos, no palpitamos ni soñamos de igual manera, incluso los sueños tienen edad.
Los impulsos se han quedado muy contenidos y las inolvidables noches de fiesta, se han condensado en una lata como un producto que no consumiremos porque se cumplió su fecha de caducidad. Y tan contentos, que no nos falte el trapicheo que es menester llevar a cabo para llegar con ilusión hasta el final, pero cada vez se nos acerca más y nos desconcierta saber cómo nos sorprenderá.
Los que llevamos mucho tiempo peinando canas o no necesitando siquiera el peine, si volviésemos a tener quince años, el relax que hay en la sociedad y la sensación , casi generalizada, de que cualquier cosa está bien, no seríamos tan atrevidos para romper escaparates, quemar contenedores o mantener el pulso a la autoridad, sí que asistiríamos a botellones y a cualquier concentración donde ser joven fuera el único requisito para participar.
Hemos de admitir que el alcohol no es el carnet de identidad de los jóvenes ,es mas bien la consecuencia de una sociedad vaga, con muchos problemas de sensibilidad solapados.
Y el valor necesario para dictar medidas impopulares, hace mucho tiempo que se muestra olvidadizo y ausente, así que cualquier norma para reconducir la situación se ahoga antes de ver la luz. Todo ello no hace más que facilitar el desconcierto de los jóvenes que en su interior pensarán que con los ejemplos que tienen, no lo deben estar haciendo nada mal.