El físico y matemático Pascal (siglo XVII) proponía el problema de la existencia de Dios en términos de probabilidad, diciendo: por más motivos que creas tener para negar su existencia, no apuestes por ello. Podría ser que perdieras la apuesta y te encontraras en la otra vida con la desagradable sorpresa del infierno. Apostar por su existencia tiene, en cambio, la ventaja de que si pierdes, nada pierdes y, si ganas, lo ganas todo (la gloria).
De semejante análisis de riesgo, que coteja probabilidades y es útil para invertir… en mejor vida, se desmarca el místico español que por aquel mismo tiempo iba diciendo: “pues aunque lo que espero no esperara / lo mismo que te quiero te quisiera”. Pasión y alabanza por encima de cálculos mezquinos y garantías.
Hoy ha visto el que suscribe entrar los rayos del sol hasta el fondo del corredor de Viera. ¿Y qué pensar? ¿Que los antiguos habían afinado en su observación de solsticios y equinoccios, sólo en función de la organización de sus tereas (siembras, cosechas…)? ¿Nada más? ¿No sería buscada la visita de la luz a los huesos de sus muertos como una bendición divina?
Otra visión: Estos días han puesto en T.V. imágenes de galaxias tan remotas, que están cercanas al momento de la explosión inicial (Big Bang). Queda confirmada la expansión y la relatividad. Pero ¿Nada más? ¿No son, cualquiera de éstas, unas imágenes de belleza tan fantástica que herían arrodillar a un San Francisco de Asís ante la pantalla? Tan sobrecogedora belleza ¿puede ser otra cosa que verdad? ¿“Verdad de Dios”, como decían antes los niños?
Hoy te dirán que eres un niño… ¡si crees en aquello que te inspira! No dirán, como Pascal: ándate con ojo, no hagas apuestas arriesgadas; sino más bien: no creas en lo que te tira, porque estarás confundiendo deseos con realidad (falacia conativa). Las alternativas también son ahora dos: o dejarte llevar (seducir) por la hermosura y, te llamarán tonto; o llevarte a ti mismo la contraria (negar) y pasarás por listo. Pues ya ves.
