La sorpresa de tantos antequeranos ante la medida tomada en la Citarilla por el Ayuntamiento creo que merece una reflexión que puede ser de interés para futuras intervenciones. El hecho innegable es que la altura que, desde la Cuesta del Viento, presenta la Citarilla es bastante peligrosa pues es muy inferior a lo normativamente fijado y, a todas luces, insegura porque los peatones no tienen la suficiente protección, existiendo un riesgo elevado de que caigan al vacío hacia la Plazuela de Santo Domingo.
Se ha resuelto de modo rápido, eficiente y óptimo: con una barandilla mínima y absolutamente funcional que a todos ha resultado completamente inadecuada al entorno. Y no les falta razón alguna. Pero el hecho es que eliminar el riesgo de caída era urgente y era inminente obligación del Ayuntamiento. Los antequeranos, cada vez más maduros desde el punto de vista patrimonial, han demandado una actuación más acorde con el contexto. Quizá pensando lo impensable: Que esta actuación tiene carácter de permanente, cuando no puede ser contemplada como nada más que una actuación de completa urgencia.
Subyace el sempiterno problema: En este caso, lo que se requiere es desmontar y volver a montar completamente la Citarilla, elevándola y consolidándola, es decir, se necesita una actuación más costosa de lo que se puede acometer con carácter de urgencia. Y, de ahí, el riesgo de siempre: que la actuación provisional se convierta en eterna.
Desgraciadamente, actuaciones provisionales de este tipo creo que tendremos cada vez más, llamen tanto la atención como ésta o no. Esto es debido a que nuestro patrimonio –de calidad y ya, en líneas generales, muy bien conservado–, las actuaciones que requiere y merece son delicadas, sensibles y, normalmente, caras.
Pero siempre es preferible una actuación provisional y correcta, aunque sea fea, que una permanente de insuficiente presupuesto que, para autojustificarse, se disfrace con ínfulas de magistral, moderna, rompedora o innovadora pero que, en el fondo no sea más que una chapuza altamente destructiva, por mucho que tenga una imagen más “resultona” que las feísimas provisionales.
Acoger con desagrado las obras provisionales y correctas, las únicas que muchas veces los presupuestos pueden permitir, tiene un riesgo mucho mayor: Que el político, queriendo contentar, opte por intentar cuadrar el círculo y se recurra a experimentos siempre dañinos y, a todas luces, ineficaces.
La barandilla es de la Citarilla es fea. Feísima. Pero no destruye nada, respetando la construcción histórica. Y elimina, provisionalmente, el peligro público que supone que pueda cualquier adulto o niño caerse al vacío. Entiendo que debemos formar una opinión ciudadana madura a este respecto y exigir obras correctas y adecuadas, prefiriendo una provisionalidad no dañina, por más que se eternice, a una inmediatez lesiva y destructora.