Ni los pájaros de mal agüero hubieran pronosticado un debut tan nefasto de España en el Mundial. Del alarde de la roja hemos pasado al sentir pesimista de la España de fines del diecinueve cuando volaron las últimas colonias que nos quedaban, y que de alguna manera sostenían los gobiernos tan cambiantes, de actuaciones más bien exiguas, quitando alguna salvedad, por no decir desastrosas, que acompañaron a lo largo del siglo.
¿Y que nos queda? La situación política va de mal en peor, los decretos no se creen que vayan a solventar nada ni aquellos que trabajan en su ejecución y puesta a punto, con el consentimiento o no del resto del país político, que a mi modo de ver ya no es representativo de nadie, de casi nadie. Al fútbol, y yo he presenciado el encuentro, con buenas oportunidades para nuestro equipo de ganar, al menos, de conseguir el empate, se le ha metido el gafe por los cuatro costados. Síntoma claro que nada se salvará de pagar la factura, no me refiero a la económica que será imposible, si no a la credibilidad que logramos tras muchos años de esfuerzo y consenso para abrirnos al resto del mundo y demostrarles que éramos un país serio.
Ahora somos el hazmerreír de quienes quedaron asombrados de nuestros logros. No atinan a explicarse cómo se nos ha escapado tan pronto de las manos; una parte se debe a la crisis que atañe al mundo, y otra, a mi juicio la más importante, la que corresponde a nuestros gobernantes. En la miseria seguiremos soñando y puede que nos manden algunas migajas nuestros vecinos franceses, por ejemplo, París, ya que resulta excesivamente grande para los protagonistas de Casablanca.