Este artículo está dirigido a los menores de 35 años, que, con mucha probabilidad, no conocieron, ni manejaron los llamados Misales, en los que se contenía toda la liturgia del Año Eclesiástico y, por lo tanto, pueden creer que la liturgia siempre ha sido como lo es ahora y, no sólo no ha sido así, sino que siempre fue mucho más complicada que la actual.
Sigo, para este trabajo, el misal que siempre utilicé y que, por carecer de las primeras páginas, no doy el nombre del autor, ni la fecha de edición, ni ningún otro dato, aunque suelo entrecomillar párrafos entresacados textualmente de él, como debe hacerse siempre.
El año litúrgico o eclesiástico comienza, para la Iglesia Católica y para sus creyentes, en el Primer Domingo de Adviento; palabra ésta que significa advenimiento, venida o llegada y que sirve de preparación para las solemnísimas fiestas de la Natividad del Señor, más conocida como Navidad. Curiosamente, la Iglesia siempre ha reconocido dos advenimientos del Señor: “Cuando vino como Redentor de los hombres y cuando vendrá como Juez al final de los días o del mundo”. Según la Biblia, cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva, pecaron, “se cerraron los cielos y cayó, sobre la tierra, una serie de calamidades para que el hombre se diese cuenta de lo que había hecho”. También reconoce la Biblia que “Dios, siempre providente y bueno”, prometió redimir al hombre caído. Pero tardó mucho tiempo, millones de años, centenares de siglos (curiosamente en el Misal Romano que yo utilicé cuando estudiaba en el Seminario de Málaga reconoce que “transcurrieron cuatro mil o más años”, cosa rara, porque la humanidad tiene muchos más años de existencia y ahí tenemos las pinturas rupestres de la Cueva de las Suertes de Antequera que datan de entre cuarenta y cinco o cincuenta mil años) en venir a la tierra para redimirnos y justifica esta tardanza afirmando que “Dios le dio tiempo al hombre para la necesidad de un Salvador”; aunque parece que sólo le interesó las personas de los últimos cuatro mil años, no los miles y miles de personas que vivieron antes.
Pero todo tiene su explicación: “El Adviento consta de cuatro domingos, que nos recuerdan los cuatro mil años de espera que vivieron los hombres”. La fecha de inicio es la festividad de San Andrés, si cae en domingo o, si no, el domingo más próximo anterior o posterior a esa fecha. Será en estos cuatro domingos, cuando empezaremos a oír las exclamaciones de los antiguos Patriarcas y Profetas que suspiraban por el advenimiento de nuestro Redentor: “Venid, Señor, y no tardéis más” o el motete más conocido “Rorate, Caeli de super el nubes pluantiustus” del Libro de Isaías, que aparece en la Vulgata y que, traducido al castellano afirma: ¡Rocíen, Cielos, desde los alto y las nubes lluevan al Justo! ¡Ábrase la tierra y germine al Salvador!
En el que el pueblo pide que se no se enoje el Señor, reconoce que ha pecado y que está manchado, que se siente afligido y le ruega que envíe al Prometido, para que, de esta manera, lo consuele y acabe con su sufrimiento y el dolor.
En la liturgia del primer Domingo de Adviento, la Iglesia recomienda “la realización de buenas obras para la venida de nuestro Salvador”, aunque no olvida recordarnos la segunda venida, con el fin de que, para ambas, estemos preparados.
Para los que han olvidado ya las ceremonias de antaño, aunque ahora parece que este nuevo papa León XIV quiere volver a tradicionales costumbres desaparecidas con el Concilio Vaticano II, conviene recordar que la iglesia distinguía entre dos clases de domingos: mayores de primera y de segunda clase, y los menores, también llamados ordinarios o comunes. Los de Adviento son de primera clase y, el primero de ellos, es Domingo Mayor, doble de primera clase (en cuanto a las mayúsculas y minúsculas, me suelo atener a cómo aparecen escritas en el libro utilizado). Esto quiere decir, no que sea más importante, sino por la categoría litúrgica que ella tiene en sí misma, porque así lo dispone la Iglesia. Los oficiantes visten de color morado, que significa penitencia y arrepentimiento y, tras suprimirse el color negro de la liturgia, también luto.
La iglesia ha sido siempre estacional, porque, “sobre todo en los días de ayuno y de oración, el pueblo romano se dirigía a unos lugares para implorar la misericordia de Dios y el pontífice celebraba allí la Santa Misa”. Las iglesias estacionales de Roma eran cuarenta y cinco y los días del año en que se acudía a ellas eran ochenta y nueve. Las estaciones más conocidas son: San Pedro del Vaticano, San Pablo, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor o Liberiana, San Lorenzo y otras más. En cada domingo, la iglesia recomendaba una estación: En el primer Domingo de Adviento la estación recomendada es la de Santa María la Mayor.
El segundo domingo de Adviento la liturgia gira en torno “al Cristo que ha de venir, en cumplimiento de lo que se dice en las Sagradas Escrituras por boca de sus profetas” y las lecturas, sobre todo la Epístola, nos demuestran que se han cumplido esas escrituras. Este Domingo es Mayor Doble de primera clase.
En el tercer Domingo de Adviento, la Iglesia se alegra, “porque está ya más cerca la venida del Señor”. Para demostrar esa alegría, se permite a los oficiantes usar el color rosado, en lugar del morado, como signo de alegría, pero sin olvidarse de la penitencia “para seguir preparándose para la llegada del Redentor que será nuestra salvación espiritual”. También es Domingo Mayor, de primera clase. Estación en San Pedro.
En el cuarto Domingo de Adviento, “crecen los deseos de la Iglesia para que venga, cuanto antes, el Salvador.” En este domingo, se alude en varias ocasiones a la Santísima Virgen que será el medio del que se valdrá Dios para manifestarse ante nosotros. De ahí que se hable de la Expectación del Parto o de Nuestra Señora de la Esperanza. La estación será en los Doce Apóstoles. Y el domingo será mayor de primera clase.
El día 24 de diciembre se celebrará la Vigilia de la Natividad del Señor. La palabra “mañana”, será la más repetida, porque, por fin, aparecerá el Mesías suspirado y esperado. La Estación será en Santa María la Mayor.
Y se llega al día 25 de diciembre, festividad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, la Navidad. Tiempo ya de adoración del Hijo de Dios, en su nacimiento. Será Doble de primera clase con Octava y los celebrantes vestirán de color blanco y la Estación será en Santa María la Mayor, junto al pesebre.
Ha llegado el momento en el que todos tienen que estar alegres y así se recomienda en el Ofertorio de la Misa de la Natividad del Señor, más conocida como la Misa del Gallo: “Alégrense los cielos y llénese de gozo la tierra ante la presencia del Señor, porque ha venido”.
Y esta alegría se completa más aún en la segunda misa o Misa de la Aurora. Se nos dice en el misal que “Pasada la noche, empieza a clarear el día” y, en el Introito se nos recuerda: “Hoy resplandecerá una brillante luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor, el cual será llamado Admirable, Dios, Príncipe de paz, Padre del siglo futuro, cuyo reino no tendrá fin”.
Aún en este día, se celebraba otra tercera misa y en ella se nos recuerda que: “sube el sol sobre el horizonte e ilumina toda la tierra. Jesús, verdadero Sol de justicia, se da a conocer más y más. Jesús es el verdadero Hijo de Dios hecho Hombre para salvar al hombre”. Esta es la gran idea que se repetirá en esta tercera misa, en la que se incitará a adorar a Jesús en la Sagrada Eucaristía y a reconocer su Divinidad. Se repetirá,frecuentemente, a partir de ahora, la idea de que “Puernatus est nobis et filius natus est nobis: “Un parvulillo nos ha nacido y se nos ha dado un hijo”.
Como se podrá comprender, esta liturgia de nuestra Navidad de hace tiempo, vivida por los que hoy están muy cerca de los cien años, en nada se parece a la actual celebración de la Navidad, de la Nochebuena, en la que, por parte de la Iglesia, casi no celebra ni la primera misa o Misa del gallo y en la que la mayoría de los cristianos, están más por la labor de reunirse para cenar en familia y pasar una buena noche. Que no es criticar, sino sólo constatar cómo varían las costumbres y cómo la Iglesia se ha ido adaptando a las costumbres de cada época. Cosa que la veo más que lógica. Hay que renovarse o morir.
Que tengamos todos una muy Feliz Navidad y que al próximo Año Nuevo, 2026, nos llene de bienestar y, ojalá, que se acaben las guerras, que dejen de padecer persecución los pueblos y que todos vivamos en libertad. Que Dios recién nacido nos lo conceda.





