Uno de los grandes peligros del Patrimonio cultural es la aplicación injustificada de tendencias o actitudes propias de la moda del momento, ya que, en no pocas ocasiones, consideramos que un valor, por el hecho de estar de moda, está suficientemente avalado para ser aplicado directamente sobre lo que nos define como únicos y conforma nuestra identidad.
Matemáticamente, la moda es tan sólo el valor que más veces se repite dentro de un conjunto, lo cual es independiente, totalmente, de su calidad o conveniencia. Sin embargo, esta repetición y auge genera que, dado el carácter social e imitativo del ser humano, nos parezca atractiva y deseable pese a que sea, para el Patrimonio cultural, su mayor peligro.
Si bien algo de cíclicas tienen las modas, negarse a la evolución es condenarse también a una muerte segura. Por ello, conservar nuestro Patrimonio es algo tan sutil como descartar las modas, pero envolviéndose en “el aire de los tiempos” que concibiera Hegel.
Además, erramos cuando creemos que ciertos patrimonios son más estancos y menos expuestos a la moda: el carácter de irreflexivo e instantáneo de nuestra era afecta ya hasta a los bienes patrimoniales –materiales e inmateriales– más tradicionalmente invariables.
Incluso nuestra Semana Santa y su vasto conjunto de elementos patrimoniales, al someterlos a las modas, se arriesgan a su empobrecimiento físico o de valoración. De un lado, que el “Palio de estilo Antequerano” haya sido incoado como BIC es sintomático de la necesaria la protección de lo genuinamente nuestro porque, si no, lo diluimos en el ansia de parecernos más a la masa.
De otro lado, que usemos para usos impropios nuestros bienes más sagrados, descontextualizándolos e impidiendo su comprensión, depaupera lo que, orgullosamente, por siglos hemos atesorado.
