“Las mujeres con buen comportamiento rara vez hacen historia”.
Eleanor Roosevelt
Su perfil era bajo, nunca asomaba en redes o muy poco, por no mentir sobre ella. Tenía un rasguño bohemio sobre la piel de su bolso acarreado en miles de batallas. Unas fueron dentro de casa, las más duras, y otras en la geografía política o la arqueología de la sociedad que no perdona los cambio o las alteraciones de sus aburridas rutinas. Así que fabricó su propia piel y se envolvió en ella. Algunos decían que era salvaje y ella lo solucionó dejando atrás a esos unos y largándose a otro camino más libre.
Fue una guerrera de la luz y todos los incultos creían que pertenecía a una secta recalcitrante y lo único que había hecho, fue leer un libro de Paulo Coelho. Subrayó cada expresión de fuerza, resilencia y coraje que había en sus paginas y las hizo suyas. Anotó en los márgenes fechas y comentarios. Convirtió aquel libro en su evangelio. Hizo un nudo con la cháchara y la envió a otro barrio. Arrancó las malas hierbas de su corazón poniendo especial interés en aquellas que eran particularmente venenosas, para erradicarlas de cuajo, para que no volvieran a crecer en su vida. Intentó comprender pero se le hizo un nudo en la garganta que no podía tragar por falta de calidez en las miradas que encontró frente a ella. No había metáforas, ni sinedoques que relataran las penas. No hubo acogida, solo lejanía y vueltas de hojas, de rostros, de manos que se iban dándole la espalda.
Por fin comprendió el rechazo que suscitaba. Le llevó tiempo. No soportaban ni los unos ni las otras que ella fuera tan fuerte, que hubiese sobrevivido al mal hacer de los espantapájaros. Extraño, pero real. Así que, se envolvió en unos de sus chales color violeta y se fue a caminar mundo como hacía cada día.