Tal vez el terror a la temporada turística, detuvo trenes en las vías y las catenarias se pusieron en huelga porque no querían perder su estatus, total lo han hecho los jueces y los fiscales. Cuando voy a una estación siempre es para irme de viaje en vacaciones, lo cual es un aliciente superlativo. ¡Fantástico traqueteo! Ver pasar imágenes que no has visto nunca como nos pasó en nuestro viaje a Salzburgo o entrar, con railes casi sumergidos en el agua en el momento de llegar a Venecia procedentes de Florencia, que no es poco. Viajes de ensueño y sueños hechos realidad.
Pero estos días pasados una pesadilla ferroviaria inundó las vidas de muchas personas. Los trenes seguían inmóviles. Viajes de rutinas, de trabajo. Alguien que esperaba, alguien que llegaba. Hermanos, padres, parejas, o nadie. Tarde, vacío nocturno, madrugada sin llegar a su sencillo destino. El silencio normalmente no huele a nada, pero en este caso seguro que desprendía un tufo a desesperación, impotencia y metal recalentado. La tensión comenzaba a crecer. Se habían descosido espacios e ilusiones, y las cuerdas vocales de algunos pasajeros que pedían agua, se transmutó a una afonía rota y vana. Algunos viajeros abrazaban sus maletas, sus bolsas, sus mochilas como si en ello les fuera la vida, como si llevaran un tesoro escondido además de sus pertenencias personales, a las que tuvieron que recurrir en Córdoba cuando un frío helador traspasaba las ligeras camisetas con las que se habían incorporado a aquella aventura. No había luz, ni agua, solo la que corría tímida por los riachuelos de la imaginación. Sin baños, sin amparo. Sin información. Sin nada. Calor extremo, frío extremo. Algunos advirtieron un sonido en la noche. Alguien venía a buscarlos y nadie sabía que existían.