No saben de números, estadísticas ciertas e inciertas. No saben de sistemas políticos y tensiones parlamentarias ni de mafias que transitan las vidas humanas como si nada pasara como si vivir o morir dependiera de un partido político o de dos o de tres. Como si alguien en lo alto de los escalinatas del poder señalara a dedo quien sí y quién no. Ruleta rusa de la vida, juego macabro estos días cuando pesa más un orgullo patrio que no se comprende, que las personas que lo habitan realmente.
Ellas, violetas, azuladas resistentes y pacientes se elevan como un cono abierto hacia el infinito del azul desprendiéndose de su terrenal raíz alejándose de la mezquindad de los pensamientos que, llamándose humanos, solo se muestran condescendientes en materias huecas, siempre que estén a su altura, faltaría más. Ellas, las jacarandas, no conocen la expresión de “atoro pasado todos son sabios” pero no andan lejos de enterarse.
No importa que alguien arañe el tronco que las sostiene porque son resistentes y su fuerza se desparrama sobre las aceras como oleadas de un mar cárdeno que no está cerca pero se adivina. Su aroma pegadizo debería agitar las conciencias de los que presumen tenerla y no se les nota un pelo. Qué más da una vida u otra, desde los pedestales todo se ve más pequeño y los que andan por arriba de ellos se engrandecen creyéndose dioses.
Las jacarandas asisten silenciosas al drama diario de las gentes cubierta ahora con mudas mascarillas, descubren murmullos de chiquillos a los que les gustaría correr por los parques de agua dulce o salada porque el sol va pegando. Los niños desenmascaran las horas del día bajo la sombra ingenua de sus hojas verdosas, de sus flores cerúleas que recorren la brisa suave en un abrir y cerrar de horarios libres como los pensamientos alados de las hadas. Beneficios financieros, capitalismo desatado. Y eso ¿qué significas para las jacarandas?