En medio de líos semánticos de las borrascas en el sur de Europa, cuando tenían que estar en el norte y vientos desaforados y un tanto inquietantes en las costas mediterráneas cuando su obligación sería habitar en el Mar del Norte, una ya no sabe de que hablar, nubes sobre París, pero no va a llover aunque casi es tradición que algunas gotas caigan. Inmediatamente me llegan los recuerdos de Facebook con una cara y una raqueta inigualable, la de Rafel Nadal que tiene 14 Roland Garros ganados, cinco de ellos seguidos, frente a 3 que tiene Djokovic por ejemplo, o frente a el mítico Björn Borg que ganó 6.
Debió ser un momento terrible para los jugadores, Alcaraz y Djokovic, muy entrenados en barajar las situaciones más tensas, encontrarse delante de un inmensa fotografía de Nadal mordiendo la copa de los mosqueteros. ¡Tierra trágame! debieron pensar. Si, el rey de la tierra batida sonreía desde esa instantánea colgada en los pasillos internos de la Philipe Chatrier. Este año Nadal está ausente de París y se nota. Claro que lo que van a ganar saludan como gladiadores con muchas tablas o con menos pero con genio y figura.
Una raqueta imaginaria se queda esperando en la salida, había soñado tanto con este lugar, con esta tierra roja, con esas manos y esa mente tan poderosa la de Nadal claro, que ahora no sabe si permanecer callada o pedirse un cordaje nuevo a ver si así …Oye que Nadal acaba de felicitar al ganador, al servio. Le felicita porque él es así y la raqueta, una Babolat de 320 gramos, se emociona y piensa, si es que las raquetas lo hacen, que Nadal es el mejor de la historia en tierra batida, gane quien gane hoy.
No hay una fecha de regreso, toca recuperarse de todos los problemas que arrastra desde hace tiempo, pero la raqueta agita el “grip” y la cabeza y sonríe con esperanza. ¡Quién sabe! Tal vez a la vuelta de la esquina esté Rafa entrenando para el próximo torneo.
