Qué erotismo o sensualidad podríamos descubrir a 2.069 metros de altitud, en la cima de la Maroma? Pues la verdad no estaba en mi mente el fijarme en esa suerte de venturas pero… les cuento.
Con la intención de realizar algún ejercicio y no en bici, dado que el inoportuno “resfrigriposo” que en estas fechas, me tiene los bronquios algo tocados, aceptaba la invitación de unos amigos de la costa, para subir desde Canillas de Aceituno hasta la cima de la Maroma, oportunidad para dejar atrás sin molestar mucho y contaminar menos, cuantos aquellos productos desechables del problema respiratorio, fuesen los mis tocados bronquiolos capaces de expeler.
A poco más de las 9 horas estamos en la Plaza de Canillas de Aceituno, mochila y viandas preparadas, bastón de acebuche en la mano y el reto por delante. Hay que beber mucha agua, es lo que nos recomiendan los especialistas de la medicina para curar los catarros… puff, dos problemas: carga de agua en la mochila y a cada tramo habría que parar buscando los aseos, que tal cual pareciere que una temprana molestia prostática se me hubiese venido encima. No. Sudoración escasa, temperatura ambiente fresca y el líquido ingerido, una vez cumplida su misión de “ahogar” a los virus, había que expelerlo. En estas diatribas con mi propio resfriado y entrándole a toda la cháchara en que mis compañeros de sendero me dejaban dar puntada, caminábamos y superábamos los primeros desniveles.
Fuente de la Rábita, un pequeño descanso y probamos la cristalina agua que mana callada y mansa en el pequeño surtidor. Seguimos camino del Collado de Almanchares, “maroma”, maroma es una cuerda de esparto, u otras fibras, fuerte, gruesa… Vale esparto hay a los lados del sendero, sin detenerme arranco unos cuantos y me voy confeccionando una diminuta maroma, la amarro al bastón de acebuche que me está ayudando en la pendiente. Sí, los hay de aluminio, plegables, muy ligeros… pero sin sabor. Superamos el Collado de la Gitana y arremetemos por el Barranco de las Tejas Lisas, superamos ya los 1.500 metros de altitud. Al paso por la Proa del Barco estamos ya por encima de los 1.680 metros, más altos que cualquier punto del Torcal. Las vistas son impresionantes. ¿Se quedará por aquí mi “resfriogripe”? Sitio tiene. Y sin nadie a quien molestar.
La Loma de Capillanía va quedando ahora a nuestra derecha, el sol, en su escaso arco descrito por estas fechas, ha llegado arriba. ¡Pero si estamos nosotros casi más altos…!
Un grupo de cabras montesas nos observan con curiosidad, vemos algunos neveros, el pico geodésico está al alcance, fotos, y llega la hora de reponer fuerzas.
Sí, un mollete con aceite y jamón serrano, ello supongo ha llamado la atención de alguna senderista que al igual que nosotros había hecho cumbre y también se aprestaba a la ingesta del contenido cargado en su mochila. ¿Es mollete de Antequera? Sí, es lo que le he contestado. Provengo de allí. La curiosidad hace que fije mi atención en el bocadillo que ella, a su vez, esta pasándole el trámite para que cumpla el cometido por el cual fue creado. En ese momento he de reconocer, que algo más me ha llamado la atención, no nada del glamour de pasarelas, ni modelos elegantes, ni fotos retocados… ha sido algo más. Quizás la sensualidad de la Maroma. Tal vez el dulce y buen sabor de boca que me dejaba un borrachuelo procedente de Alcaucín.
Estómago calmado, mente llena de imágenes y paisajes, impregnado del silencio y del limpio aire que se respira en la cumbre de la Maroma, Inciamos el descenso… Sensualidad, es la palabra que me quedaba en la mente.